lunes, 27 de julio de 2009

X-065 Ante los ojos de Dios.


¿Cómo justificarnos ante los ojos de Dios? La única forma de justificarnos ante los ojos de Dios es siendo humildes de corazón.

Justificarse ante Dios es muy diferente a justificarse ante los hombres, cuando por ejemplo estamos en un trabajo y nuestro jefe nos pregunta sobre lo que hemos hecho, comenzamos a mencionar y a alabar nuestras obras e incluso si es necesario hacemos comparaciones con las realizadas por los demás para destacar las nuestras y demostrar la superioridad de lo que hemos hecho, para ver si de esa manera logramos el reconocimiento de nuestra labor, un ascenso, un aumento de sueldo o un reconocimiento, es decir una “justificación”.


En cambio, frente a Dios, frente a su inmensa sabiduría, frente a su inmensa Creación, ¿Qué son nuestras obras? Son realmente insignificantes, ¿de qué nos valdría compararlas con las de otro que a la vez son tan insignificantes como las nuestras? Ante los ojos de Dios solo nos queda ser humildes y esperar de El que nos done su perdón y su misericordia.

Las obras son necesarias, es lo menos que podemos hacer y hacerlas con todo nuestro empeño mirando en cada uno de nuestros prójimos el rostro de Jesús que nos inquiere y que nos solicita ayuda, purificando al mismo tiempo nuestro cuerpo y nuestro espíritu, con el ayuno y con la confesión, pero sin vanagloriarnos de ello, sin sentirnos por eso superiores a los demás. Dios lo ve todo, está constantemente observándonos, no necesitamos decirle lo que hemos hecho, El lo sabe todo.

La parábola del fariseo y el publicano que nos trae el evangelio de Lucas en su capítulo 18, nos ilustra con mucha claridad esta situación, mientras el fariseo oraba a Dios exponiendo sus obras, alabándose a si mismo por haber cumplido con los mandamientos y con el ayuno y el diezmo, por su parte el publicano no se atrevía a levantar los ojos del suelo “sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Dios mío, ten piedad de mi , que soy un pecador”(Lc 18, 13) Y Jesús nos dice que éste último obtuvo la gracia de Dios, en tanto que el fariseo no. “Porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido” (Lc 18, 14).

Atendamos la invitación de Jesús hacia la humildad que es la única justificación válida ante los ojos de Dios, esa humildad será la que nos conducirá al cielo que Jesús nos ha prometido, seamos virtuosos, cumplamos nuestros deberes para con Dios y para con el prójimo, alejémonos de las tentaciones y del pecado, pero por sobre todo seamos humildes y esperémoslo todo del Señor.


Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.

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