miércoles, 30 de septiembre de 2009

X-078 Perdonando a Medias.


PERDONANDO A MEDIAS.

El mayor ejemplo de perdón que haya existido en la historia nos lo dio Jesús en la Cruz, cuando suplicó al Padre pidiendo por todos aquellos que lo estaban llevando a la muerte, por todos aquellos que lo maldecían y le insultaban, por los que lo habían condenado, diciendo: “Padre , perdónalos, porque no saben lo que hacen” ( Lc 23, 34 ).

La vida de Cristo es un continuo perdón, vino al mundo para perdonar los pecados y entregó su vida por nuestra redención. Muchas de sus palabras nos hablan del perdón que debemos dar a nuestros hermanos, de las características de ese perdón, de la cantidad de veces que debemos perdonar y aún hoy Cristo Resucitado nos espera en el sacramento de la penitencia para darnos su perdón.

Cuando rezamos el Padre Nuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”, prácticamente estamos haciendo un pacto con nuestra plegaria, estamos diciéndole al Señor que nos perdone de la misma manera como nosotros perdonemos a nuestros deudores. Veámoslo desde otro lado, ¿Cómo quisiéramos que Dios nos perdonara? Quisiéramos que ese perdón fuera total, que no hubiera ninguna clase de resentimiento, que nos abriera las puertas de su corazón y de su Reino y nos permitiera entrar sin ninguna restricción. En otras palabras un perdón total y absoluto, no un perdón a medias.

¿Estamos nosotros actuando de la misma manera que quisiéramos que Dios actuara con nosotros? A veces escuchamos a alguien decir: Si, ya yo lo he perdonado, pero no quiero verlo más en mi vida, otros dicen: si, ya la perdoné pero a mi casa que no venga, o ya le he perdonado todo el mal que me hizo pero que no me hable y tantas otras sentencias similares que simplemente nos están hablando de un perdón a medias. ¿Qué tal si Jesús nos dijera, está bien te perdono, pero a mi Reino no entras? ¿Te gustaría?

Dios es amor y una de las manifestaciones más bellas del amor es el perdón, por ello debemos siempre estar dispuestos a perdonar a nuestros hermanos de una manera total, sin resentimientos ni mezquindades, recordemos que San Pablo cuando nos habla del amor nos dice: “El amor no actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo.”…”Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo.” ( 1 Cor 13, 5-7 ).

Señor, báñanos con tu gracia y abre nuestros corazones al amor para que perdonemos como tú, sin resquemores sin malos recuerdos que nuestro perdón sea total y absoluto, para vivir en paz y ser agradables a tus ojos, te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo que fue Maestro del
Perdón y de la bondad.

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.

lunes, 28 de septiembre de 2009

X-077 En busca de la Santidad.


EN BUSCA DE LA SANTIDAD.

En nuestro largo peregrinar por los caminos de la vida debemos tener siempre un objetivo en mente, ir en busca de la Santidad.

Buscar la Santidad significa imitar a Jesús, imitar a María, su Madre, ejercer las virtudes con heroicidad, huir de las tentaciones, aborrecer el pecado, practicar la caridad, hacerlo todo con amor, y tener nuestra fe y nuestra esperanza puesta en Dios. Seamos santos como nuestro Padre Celestial es santo.

Entre esas virtudes está la humildad que significa no hacer las cosas con el deseo de que se nos reconozcan de que nos llamen santos, hacerlas con actitud de servicio y cuando hayamos hecho todo lo que debemos hacer digamos: “Somos servidores que no hacemos falta, hemos hecho lo que era nuestro deber” (Lc 17, 10).

Sin embargo, si alguien nos lo reconoce y nos felicitan, no tenemos porque avergonzarnos, al contrario, pudiera ser un signo de que vamos por el camino correcto y si otros nos manifiestan sus críticas o sus burlas no los hagamos callar, oremos por ellos, encomendémoslos a Dios para que ilumine sus mentes y sus corazones, y nosotros seamos apóstoles sin llamarnos apóstoles y seamos misioneros sin llamarnos misioneros como decía San Josemaría.

Por el camino de la santidad hemos de tener trabajos y tribulaciones, momentos difíciles y angustiosos, sufrimientos, desengaños, y decepciones, es el peso de la cruz que debemos soportar y nuestro consuelo ha de ser la Cruz de Jesús que siempre habrá de ser más pesada que la de nosotros.

Cada quien debe obrar de acuerdo a sus capacidades y habilidades, como dice la Biblia de acuerdo a los “talentos” que se le hayan encomendado, a cada uno se le exigirá en proporción a lo que podía haber hecho de conformidad con la inteligencia y los dones que se le otorgaron desde su nacimiento, así que no te entristezcas si no has logrado lo que otros, piensa en multiplicar tus propios talentos y cuando el Señor vea el producto de tus obras te lo reconocerá y te dará más.

“No hay jornada mientras no se han cumplido las doce horas. El que camina de día no tropezará porque ve la luz de este mundo; pero el que camina de noche tropezará; ese es un hombre que no tiene en si mismo la luz.” (Jn 11, 9-10) Es decir que no desmayemos en el camino, no perdamos tiempo, cada minuto es valioso, y caminemos de acuerdo al plan divino, con la luz de Cristo, en busca de la santidad.

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.

jueves, 24 de septiembre de 2009

X-076 Incapaces de amar.


INCAPACES DE AMAR.

Les invito ahora a meditar sobre los efectos negativos del pecado en nuestro comportamiento espiritual. Pecar es ofender a Dios, significa que voluntariamente nos hemos apartado de su gracia, esa gracia que es nuestra alegría y nuestro deseo de amar, porque estar cerca de Dios facilita esa corriente beneficiosa que es capaz de llenar nuestro espíritu y desbordarse hacia los demás, por el contrario cuando pecamos nos apartamos de Dios que es amor, que es quien nos comunica la capacidad de amar y ser amados, por tanto al vivir en pecado somos incapaces de amar.

Debemos ser temerosos de ofender a Dios, ni siquiera con pecados veniales, porque un pecado por simple que sea va creando las condiciones para cometer otros de mayor importancia, el pecado es como una hierba mala que va ahogando nuestras plantas y las va debilitando hasta conseguir su propósito final que es la pérdida de nuestra felicidad eterna. Si tenemos el Santo Temor de Dios, no el temor a que nos castigue, sino el temor a no ofenderle, porque es un Dios bueno que nos ama y nos cuida, estaremos protegidos contra la iniciación de ese proceso pecaminoso, en cambio cuando caemos en las tentaciones del enemigo, la vista se nos nubla y se anula nuestra percepción, ya las faltas subsiguientes no nos parecen tan graves y comenzamos a cometer nuevos pecados, un pecado lleva al siguiente y así sucesivamente..

Jesús nos dice en el evangelio de San Lucas: “Yo les digo a ustedes, amigos míos: No teman a los que matan el cuerpo y después ya no pueden hacer nada más. Yo les voy a mostrar a quien deben temer: Teman a Aquel que, después de quitarle a uno la vida, tiene poder para echarlo al infierno. Créanme que es a ese a quien deben temer.” (Lc 12, 4-5).

Así que lo primero debe ser el Santo Temor de Dios, para mantenernos en la gracia, para estar cerca de El y que nos comunique su torrente de amor y nos haga capaces de amar y ser amados, pero si caemos en ese resbaladizo piso del pecado, levantarnos y no dejarnos arrastrar más allá, acudir a los sacramentos y volver presurosos al estado de gracia que siempre debe ser nuestra aspiración más sentida.

Que la paz y la bendición de Dios lleguen a todos sus hogares, feliz fin de semana y no olviden la misa dominical y el rezo del Rosario en familia.

lunes, 21 de septiembre de 2009

X-075 La Justicia de Dios.


LA JUSTICIA DE DIOS.

En muchas ocasiones escuchamos comentarios sobre algún mal acontecido a otras personas y se habla de “la justicia de Dios”, es decir que imaginamos que aquellas infortunadas personas habrían previamente cometido algún pecado y que lo que les sucede actualmente es un castigo de Dios por su mal comportamiento. En cambio si la tragedia nos ocurre a nosotros, nos preguntamos ¿Qué le he hecho a Dios para que a mi me acontezca esto que me está pasando? Pensamos que en este caso Dios está siendo injusto con nosotros.

Si analizamos ambas posiciones, en las cuales estamos haciendo de jueces, fíjense que hay en el fondo un supuesto y es que consideramos de antemano culpables a los demás y nos consideramos a nosotros inocentes, nos creemos siempre mejores que los demás. Esto es lo que podríamos denominar la Justicia Humana, la cual es muy diferente de la Justicia Divina. La justicia Divina es la justicia de Dios que está muy por encima de la nuestra y se realiza realmente en la otra vida, no en esta.

Recordemos un pasaje del evangelio de San Lucas en el que Jesús hace referencia a una gran tragedia ocurrida a una personas que estaban construyendo una edificación y ésta se derrumbó, muriendo aplastados: “Y aquellas dieciocho personas que quedaron aplastadas cuando la Torre de Siloé se derrumbó, ¿creen ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Yo les aseguro que no. Y si ustedes no renuncian a sus caminos, todos perecerán de igual modo.” (Lc 13, 4-5).

En los tiempos de la predicación del Señor y antes de su venida, no existía ningún conocimiento acerca de la otra vida y por tanto se pensaba que los castigos de Dios ocurrían en este mundo. Jesús nos ha enseñado a creer en la Vida Eterna, en la Vida del mundo futuro, como lo decimos en el Credo, también decimos que creemos en que “vendrá a juzgar a vivos y muertos”, por tanto no podemos pensar que las cosas que ocurren en esta vida son expresiones de la justicia de Dios. El mismo Jesús nos asegura que no es así.

Tanto las tragedias que ocurren a los demás, como las que ojalá nunca nos ocurrieran a nosotros, son en realidad señales que usa el Señor para que tomemos conciencia de nuestra vida y enderecemos nuestro camino, renunciando al pecado y siendo temerosos de ofender a Dios.

La Justicia de Dios si existe, no se puede creer en Dios sin pensar en que existe su justicia, pero ella no es el resultado de nuestros propios juicios ni ocurre cuando nosotros lo consideramos oportuno, sino cuando Dios en su infinita sabiduría lo juzgue conveniente. Alabado sea el Señor.

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

X-074 Primero Dios.


PRIMERO DIOS.

Se terminaron las vacaciones, ya los estudiantes, los maestros y los profesores regresan a sus labores ordinarias y los padres que habían tomado sus días de asueto para coincidir con la familia, vuelven a sus oficinas y a sus lugares de trabajo, nosotros también queremos acompañarles y animarles espiritualmente con nuestras meditaciones.

Reiniciamos con lo primero que debe existir siempre en nuestras vidas, con Dios, lo primero es Dios, a El nuestra plegaria, nuestro agradecimiento y nuestra alabanza diaria. Cuando rezamos el Credo decimos: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor.” Es lo primero en nuestra fe, la creencia en un dios, único y verdadero, el Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza, que nos ha dado el soplo de la vida, que nos cuida y se preocupa por nosotros que quiere que nosotros nos salvemos, es decir que alcancemos la vida eterna en el Reino de los Cielos.

Primero Dios, significa que no puede existir en nuestra lista de prioridades nada ni nadie antes que El, esto aunque sencillo de expresar a veces resulta difícil de practicar, tenemos en la vida grandes amores, comenzando por nuestro propio yo, nuestra madre, el padre, los hijos, los esposos y las esposas, los familiares, los amigos, los compañeros de estudio y de trabajo, para cada uno de ellos hay en nuestro corazón un espacio definido, un espacio de consideración y de preferencia que se va formando con la relación diaria y las vivencias de cada momento, sin embargo, por encima de todo eso debe estar Dios, incluso por encima de nosotros mismos.

Recordemos las palabras de Jesús: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no es digno de mí. El que vive su vida para si, la perderá, y el que sacrifique su vida por mi causa, la hallará”. (Mt 10, 37-39).

Jesús nos señala claramente los amores más grandes que regularmente tenemos en nuestras vidas, el amor a los padres, a los hijos y a nuestra propia persona y nos asegura que para ser dignos de El, tenemos que ponerlos a ellos en segundo término.

Examinemos de manera imparcial nuestras actitudes diarias para ver si estamos practicando las enseñanzas del maestro, meditemos con cuidado las veces que hemos estado en la disyuntiva de cumplir con Dios o cumplir con nuestros amores, ¿cuál ha sido nuestra decisión? Y ¿cuál será de ahora en adelante?.

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.