PRIMERO DIOS.
Se terminaron las vacaciones, ya los estudiantes, los maestros y los profesores regresan a sus labores ordinarias y los padres que habían tomado sus días de asueto para coincidir con la familia, vuelven a sus oficinas y a sus lugares de trabajo, nosotros también queremos acompañarles y animarles espiritualmente con nuestras meditaciones.
Se terminaron las vacaciones, ya los estudiantes, los maestros y los profesores regresan a sus labores ordinarias y los padres que habían tomado sus días de asueto para coincidir con la familia, vuelven a sus oficinas y a sus lugares de trabajo, nosotros también queremos acompañarles y animarles espiritualmente con nuestras meditaciones.
Reiniciamos con lo primero que debe existir siempre en nuestras vidas, con Dios, lo primero es Dios, a El nuestra plegaria, nuestro agradecimiento y nuestra alabanza diaria. Cuando rezamos el Credo decimos: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor.” Es lo primero en nuestra fe, la creencia en un dios, único y verdadero, el Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza, que nos ha dado el soplo de la vida, que nos cuida y se preocupa por nosotros que quiere que nosotros nos salvemos, es decir que alcancemos la vida eterna en el Reino de los Cielos.
Primero Dios, significa que no puede existir en nuestra lista de prioridades nada ni nadie antes que El, esto aunque sencillo de expresar a veces resulta difícil de practicar, tenemos en la vida grandes amores, comenzando por nuestro propio yo, nuestra madre, el padre, los hijos, los esposos y las esposas, los familiares, los amigos, los compañeros de estudio y de trabajo, para cada uno de ellos hay en nuestro corazón un espacio definido, un espacio de consideración y de preferencia que se va formando con la relación diaria y las vivencias de cada momento, sin embargo, por encima de todo eso debe estar Dios, incluso por encima de nosotros mismos.
Recordemos las palabras de Jesús: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no es digno de mí. El que vive su vida para si, la perderá, y el que sacrifique su vida por mi causa, la hallará”. (Mt 10, 37-39).
Jesús nos señala claramente los amores más grandes que regularmente tenemos en nuestras vidas, el amor a los padres, a los hijos y a nuestra propia persona y nos asegura que para ser dignos de El, tenemos que ponerlos a ellos en segundo término.
Examinemos de manera imparcial nuestras actitudes diarias para ver si estamos practicando las enseñanzas del maestro, meditemos con cuidado las veces que hemos estado en la disyuntiva de cumplir con Dios o cumplir con nuestros amores, ¿cuál ha sido nuestra decisión? Y ¿cuál será de ahora en adelante?.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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