El mes de Mayo es un mes primordialmente mariano, dedicado a venerar a la Santísima Virgen, Reina de todo lo creado; mañana por ejemplo, es un gran día en el que la Iglesia recuerda las apariciones de la Virgen, que es vida y esperanza nuestra, a los tres pastorcitos de Fátima, trayendo al mundo un mensaje de conversión y de penitencia. En un lenguaje sencillo, simple y a la vez lleno de tesoros, la Santísima Virgen, toda llena de gracia, se dirige a unos niños y por su intermedio a toda la humanidad, para pedir oración, para que oremos con ella y ella con nosotros por los problemas del mundo y por las almas del purgatorio.
Seguramente ayer, en el Día de la Madre, ella estaba muy alegre al verse reflejada en el amor de todos sus hijos que adoptó desde aquel momento crucial a los pies de la cruz. Desde entonces, ella se entristece con nuestras penas y se alegra en nuestros momentos de felicidad, se preocupa junto con nosotros en nuestros días difíciles y procura la solución de nuestros problemas como procuró en la Bodas de Caná el vino que haría felices a los novios. Ella está dedicada a nosotros a tiempo completo, a escuchar nuestras plegarias y llevarlas, como Madre amantísima, a los pies del Señor. ¿De qué manera podemos nosotros corresponder a esta dedicación?
Consagrándonos a ella, dedicándonos también a corresponderle con nuestro amor sincero y total, haciéndonos “Todo suyos”. Abandonándonos en sus brazos maternales, ella es nuestra madre amorosa que cuidará de nosotros, por ella vino al mundo la salvación de los hombres, la redención de la humanidad, en ninguna otra parte estaremos más seguros que cobijados bajo su manto.
Vamos a rezar esta oración de consagración a la santísima Virgen María:
“O Señora mía, O Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos. Y en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, O Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén.”
“O Señora mía, O Madre mía, yo me ofrezco enteramente a vos. Y en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo vuestro, O Madre de bondad, guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén.”
Cuando nos consagramos a María estamos consagrándonos al Señor, aquel que dio su vida por nosotros y elevó su oración al Padre diciendo: “Conságralos mediante la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me has enviado al mundo, así yo también los envío al mundo; por ellos ofrezco el sacrificio, para que también ellos sean consagrados en la verdad.” (Jn 17, 17-19).
Vayamos unidos, junto a María, junto a nuestra Iglesia, junto a la verdad, mediante esta consagración, confiados en el amor misericordioso de Jesús, su divino Hijo.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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