miércoles, 17 de septiembre de 2008

IX-089 Un momento para Dios.


Después de este breve intervalo de vacaciones, volvemos con nuestros Temas para Meditar, esperando que sean de provecho espiritual para todos ustedes mis queridos amigos, reciban un saludo muy cordial de mi parte.

Quiero invitarles en esta meditación a tener diariamente “Un momento para Dios”, así como en alguna oportunidad les recomendé tener en sus casas un espacio para El, un pequeño altarcito, un sitio en el cual podamos poner nuestras imágenes más queridas, los recuerdos recibidos en actos litúrgicos o en la participación en sacramentos, para detenernos aunque sea brevemente a orar o a encomendarnos, hoy les quiero incitar a disponer cada día de un espacio en nuestro corazón, en nuestro tiempo, para dedicarlo al Señor, para meditar, para estar junto a El, lo cual prácticamente es un gran regalo que nos hacemos nosotros mismos porque no puede haber mejor regalo que pasar unos minutos junto a Jesús o a su Santísima Madre.

Dios nos ama con ternura infinita: “¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Unico, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Piensa en ese momento que le dedicas a El, que eres amado a pesar de tus heridas y de tus pecados, piensa que Dios te está bendiciendo porque te ama. Haz empequeñecer tus preocupaciones, ya que ningún mal puede amenazarte teniendo contigo el poder del amor de Dios. Puedes hacer una oración, pero luego guarda silencio, piensa solamente que estás junto a El, que le estas de alguna manera retribuyendo aunque sea una partecita de ese gran amor que ha derramado sobre ti, siente el calor de su cercanía, siente que dependes sólo de El que tu fe se hace más fuerte, más sólida porque El está a tu lado.

La vida diaria, la calle, el trabajo, el bullicio, las noticias, son como un desierto por el que caminamos casi como obligados, sufriendo los ardores de un sol inclemente que nos hace sudar y que nos agota y nos desespera.
Nuestro momento con Dios viene a ser como un oasis en medio de ese desierto, en el cual nos detenemos a beber en la fuente de la vida, en la fuente de la salvación y es el propio Jesús quien nos ofrece un agua fresca que sacia nuestra sed y nos alienta para seguir adelante, pero ahora con entusiasmo, con alegría, con esperanza en un mañana mejor.

Hagamos el esfuerzo y tengamos este momento con Dios cada día. El Señor se va a sentir muy feliz y nosotros nos habremos hecho el mejor regalo del día.

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.

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