martes, 10 de diciembre de 2013

XIV-095 El viaje a la Casa del Pan



EL VIAJE A LA CASA DEL PAN.

En hebreo Belén significa “Casa del Pan”, la cual en aquel tiempo era una pequeña población, hoy en día es una gran ciudad a pesar de las inclemencias de la guerra. Ya Dios había previsto siglos antes, que fuera la cuna del Salvador, cuando el profeta Miqueas dijo “Pero tú, Belén Efrata, aunque eres la más pequeña entre todos los pueblo de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar a Israel; su origen se pierde en el pasado, en épocas antiguas.” (Mi 5, 1) Las raíces de la casa de David están en Belén, por eso Miqueas habla de un origen en épocas antiguas y por tanto, siendo José descendiente de la Casa de David, debía empadronarse en el Censo concurriendo a esa ciudad, como hemos dicho en Meditaciones anteriores, pudiera haber ido él solo, como cabeza de familia, pero prefirió llevar consigo a María para no dejarla sola cuando ya estaba cerca el tiempo de su alumbramiento.

Así fue como el glorioso José y la purísima María emprendieron aquel viaje de Nazaret a Belén, a la Casa del Pan, el pan que habría de bajar del cielo para alimento de nuestras almas, el pan que Dios quiere que comamos para tener la vida eterna. A los ojos de todos eran dos pobres y humildes peregrinos que viajaban solos, pero en realidad iban acompañados por un cortejo de ángeles que había enviado el Altísimo para su protección, visibles solo a los ojos de la Virgen Santísima, refulgentes como soles que iluminaban el día y la noche de aquella jornada maravillosa.

Los ángeles entonaban cánticos de gloria y alabanzas al Rey y a su divina Madre, mientras subían y bajaban del cielo, llevando y trayendo mensajes del Padre Eterno a su Hijo humanado y la virgen cantaba con ellos y con San José y a la vez sostenía con ellos dulcísimos coloquios interiores.
Sin embargo, el mundo seguía viéndolos como pobres y desarrapados, haciéndoles objeto muchas veces de desprecios, prefiriendo en muchas posadas a peregrinos que aparentaban tener más posibilidades económicas por lo que tenían que reposar en los lugares más humildes y menos decentes que hallaban en el camino.

A los ojos de María, las almas de los que se cruzaban en el camino estaban expuestas y ella sabía quiénes estaban en gracia o en pecado y quienes estaban predestinadas y quienes no, y a todos les enviaba sus auxilios para que se levantasen del pecado a la gracia, llorando y clamando al Señor por aquellos seres que los despreciaban, así de esta manera pagaba la Virgen sus desprecios, con favores y con penas que la fatigaban aún más que las inclemencias del camino.

Acompañemos en estos días previos a la Navidad, a San José y a la Virgen María en este viaje a la Casa del Pan y cantemos junto a los ángeles un himno de glorias y alabanzas al Señor, mientras esperamos su venida.

Glorifiquemos al Señor con nuestras vidas.

Que la paz de Cristo reine en tu corazón y la bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre ti y toda tu familia y te acompañe siempre.

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