Estamos a la espera de la venida del Señor, lo deseamos inténsamente, por eso exclamamos con todo nuestro amor: ¡Maran Atha! ¡Ven, Señor! (1Co 16, 22).
Vamos a celebrar con mucha alegría esta Navidad, la Virgen María espera un bebé para esa noche, con toda humildad, en medio de la probreza, en una cueva de Belén, vendrá a la tierra un Niño que llevará por nombre Jesús porque él salvará al mundo, él es el Mesías, el Hijo de Dios.
Adornemos nuestras casas con motivos navideños, imitemos en un rincón aquella escena encantadora de la Noche Buena en que nació nuestro Salvador, rodeado de la Virgen María y de San José, así como de aquellos animales que se guarecían del frío invernal, incorporemos los ángeles que anunciaron a los pastores la buena nueva y estos acudieron con sus ovejas a contemplar aquel regalo maravilloso que nos enviaba Dios. Adornémonos también nosotros interiormente, vivamos una navidad espiritual.
Que felicidad tan grande la de la Virgen María al saber que llevaba en su interior aquel tesoro inmenso que el Altísimo le había confiado. Nosotros también podemos experimentar esta felicidad si acudimos a la Eucaristía, el propio Jesús con todo su cuerpo, alma y divinidad, vendrá a nosotros, bajo las formas aparentes del pan y del vino entrará en nuestro cuerpo y sanará con una sola palabra nuestra alma.
Llamémosle con esa expresión tan ardiente: ¡Maran Atha! ¡Ven, Señor!
Jesús yo creo en ti. Sana mi alma Señor, estoy arrepentido de mis pecados, quiero que vengas a mí, alimentes mi espíritu y sacudas mi conciencia, la limpies de todo delito y me vuelvas a tu gracia que había perdido. Te espero Señor, no tardes, lléname con tu amor y tu presencia, las puertas de mi corazón están abiertas de par en par para ti, entra Señor.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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