Hace pocos días hablábamos de los Protagonistas y de los Espectadores, señalando a los primeros como los personajes centrales de un acto o de un acontecimiento, la persona que recibe los honores y las lisonjas y les aconsejába no envidiar su situación, ser pacientes y esperar nuestro propio momento. A veces se es protagonista casi sin querer, simplemente porque se vence una fecha, un aniversario, un cumpleaños, en cambio en otras se es por voluntad propia, porque se ha actuado, como los actores de una obra de teatro o de una película o por realizar un acto heroico o singular.
Hoy voy a referirme al protagonismo en nuestra vida religiosa, en nuestra vida espiritual y en nuestra vida diaria. Así como en las obras de teatro, a cada uno de nosotros se nos ha dado un papel, un rol que debemos representar en esta obra que es la vida, unos como hijos, otros como esposos, como padres de familia, como abuelos, padrinos, sacerdotes, laicos y tantos otros que el gran autor ha creado con amor y con misericordia, desempeñando ese papel es que debemos ser protagonistas.
El autor de la obra nos observa, él conoce a perfección el papel de cada uno de nosotros, sabe además que no somos perfectos y que podemos equivocarnos, hacer o decir algo que no convenía, que podemos tropezar en nuestros movimientos y está dispuesto a pasar por alto esas fallas, pero nosotros debemos poner todo lo que está en nuestro intelecto y en nuestra voluntad para hacerlo bien, para darle gracias por el papel que nos ha asignado, por tener sus ojos puestos en nosotros, por perdonar nuestras faltas, por darnos todo lo necesario para cumplir nuestro papel y ganarnos con nuestra actuación el aplauso que El nos tiene prometido.
Seamos pues protagonistas, acudamos continuamente al consejo y a la ayuda del Autor, con nuestra oración y con los sacramentos, pongamos toda nuestra voluntad a su servicio y estaremos dando gloria y alabanza al Rey del Universo.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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