Nunca es tarde para comenzar de nuevo, Dios siempre nos espera, es paciente, nos da vida sobrenatural para que tengamos todo el tiempo necesario para rectificar nuestras vidas, nadie más paciente que El.
Este año está ya en sus últimos días, pero al sonar las doce campanadas de la media noche del treinta y uno de diciembre, otro año nacerá y la alegría se posará en todos los corazones, es el renacer constante de todas las cosas creadas por Dios, cuando un año muere otro lo reemplaza con el vigor y el entusiasmo de un recién nacido.
Pero para que ese nuevo año nazca es necesario que muera el año viejo. Jesús dijo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida la destruye; y el que desprecia su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Y al que me sirve, el Padre le dará un puesto de honor”.(Jn 12, 24-26).
Los invito a meditar hoy sobre nuestras vidas, sobre el tiempo que hemos vivido sea poco o mucho, hagámonos algunas preguntas y respondamos con sinceridad: ¿Cuál ha sido nuestra principal preocupación? ¿Pensar en el porvenir? ¿Pensar en conservar nuestra vida, en vivir mejor? ¿Y qué papel ha jugado Jesús en nuestros planes?.
Es tiempo de recomenzar, es tiempo de hacer que muera en nosotros ese hombre viejo, cargado de injusticias y de pecados, para que renazca uno nuevo que de frutos, muchos frutos. Dejemos atrás esa vida pasada en la que vivíamos solo pendientes de nosotros mismos y vamos a cambiar definitivamente, vamos a arriesgarnos por las cosas nobles en lugar de pensar en nuestra propia vida y en nuestro futuro. Nuestro futuro está es en manos de Dios, solo El sabe hasta cuando quiere tenernos aquí en la tierra y cuando nos va a llamar a su presencia, dejemos esto en sus manos que no nos preocupe, preocupémonos más bien de servir a Dios para que podamos estar junto a Jesús y el Padre nos de un puesto de honor. Y ¿Cómo podemos servirle? Sirviéndole en nuestros hermanos, viendo la cara de Jesús en cada uno de ellos, especialmente en los más pobres y desamparados.
Virgen Santísima, Reconciliadora de todos los pueblos, ayúdame a reconciliarme con Dios, a olvidarme de mi vida pasada y a recomenzar, a vivir una nueva vida, inmerso en las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad.
Que la paz y la bendición de Dios lleguen a todos sus hogares, feliz fin de semana y no olviden la misa dominical y el rezo del Rosario en familia.
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