lunes, 8 de diciembre de 2008

IX-120 La Palabra se hizo carne.


Para mi, el mes de Diciembre siempre ha sido muy importante, no solo por que nací en este mes, sino también porque me casé, mi hija nació en Diciembre y también una nieta, nacida de ella, y dos de mis hijos se casaron en diciembre, es realmente un mes con sobrados recuerdos, pero desde luego el evento más importante ocurrido en diciembre, no solo para mí sino para toda la humanidad, fue el nacimiento de Jesús, el momento en que la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros.

Hasta ese momento Dios se había dado a conocer a los hombres por medio de su Palabra, todos aquellos que presentían su existencia al observar las maravillas de la creación, al contemplar las fuentes, las cascadas, el mar, el bosque, el cielo y las estrellas, reconocían la existencia de un ser supremo creador de todas las cosas que se manifestaba en la alegría de la naturaleza, en el trinar de los pajarillos, en el rumor del viento, pero que también a veces manifestaba su carácter y su disgusto en la sonoridad del trueno, en la furia de la tempestad y en el temblor de la tierra.

Cuando el hombre comenzó a vivir en sociedad y sintió la necesidad de formar comunidades para relacionarse con los otros hombres, lo hizo trasladando la agresividad de su vida salvaje y así los más fuertes se impusieron a los más débiles y los oprimieron y los explotaron de manera inclemente. Dios quiso entonces poner orden en aquellos grupos anárquicos y creo leyes, mandamientos, fórmulas de comportamiento social y se las hizo saber a los hombres por medio de los Patriarcas y de los Profetas.

Sin embargo, el hombre reaccionó negativamente contra aquellos enviados de Dios y no solo se negó a obedecer aquellos mandatos sino que torturó y mató a los emisarios del Señor.

El Altísimo decidió entonces enviar a su propio Hijo, para que revelara a los hombres la verdad, fue entonces cuando la Palabra de Dios, el Verbo de Dios, se hizo carne, por medio del Espíritu Santo, se engendró en el vientre sagrado de una Virgen y adquirió un cuerpo humano, igual al de cualquiera de nosotros, igual en todo menos en el pecado, y fue creciendo en secreto, con la mayor humildad, en medio de la pobreza, en medio de los oprimidos, para venir al mundo en aquel Diciembre que ahora todos recordamos con gran alborozo.

Alabemos al Señor porque ha sido clemente con nosotros, ha sido paciente, nos ha demostrado su amor y cantemos con alegría, junto a los ángeles que anunciaron el nacimiento: ¡Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra Paz a los hombres que ama el Señor!

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.



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