EL AMOR DEL PADRE.
Amigos, después de este corto período vacacional, volvemos a nuestras meditaciones de cada día, hoy les invito a meditar sobre el amor que nos tiene nuestro Padre que está en los cielos.
Los antiguos imaginaban a Dios como un Dios castigador e implacable, severo al máximo con su propio pueblo y más aún con los enemigos el pueblo escogido. Sin embargo, Jesús vino a revelarnos un Padre muy diferente, un Padre amoroso, que “hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5, 45).
Si nos ponemos a examinar nuestras vidas, son muchas las demostraciones de amor que el Padre nos ha dado, comenzando por la vida que nos dio al crearnos en el vientre de nuestra madre terrena, por los cuidados que hemos tenido por intermedio de nuestros padres y familiares en nuestra mas tierna infancia, por la educación que hemos recibido por intermedio de nuestros maestros y profesores y por ese sol y esa lluvia de que nos habla Mateo y que todos los días nos envía para calentar nuestro cuerpo y para reverdecer los caminos por los que hemos de transitar.
El está atento a todas nuestras necesidades, las conoce y trata de remediarlas de manera que no sea peor el remedio que la enfermedad, nos busca el consuelo en nuestros peores momentos, acompaña nuestro llanto y nos anima a volver a disfrutar de la vida.
Atiende nuestras oraciones, igual que un papá amoroso atiende los pedidos de sus hijos, nos da el pan de cada día, nos perdona las ofensas si volvemos arrepentidos a su regazo paterno y nos reconocemos pecadores, nos cuida y nos protege de todo mal.
Es un amor tan grande que no podemos dejar de corresponder de alguna manera y la fórmula más idónea, a mi manera de ver, es sirviendo nosotros también como intermediarios de ese amor entre El y sus otros hijos. Así como nosotros recibimos su amor por intermedio de nuestros padres y luego por intermedio de nuestros maestros y benefactores, que seamos nosotros también portadores de ese amor de El para con nuestros semejantes.
En silencio, sin que nuestra mano izquierda se entere de lo que hace nuestra mano derecha, en secreto, que solo Dios sepa que estamos haciendo un bien y que lo estamos haciendo por El, para corresponder al gran amor que nos tiene.
Amigos, después de este corto período vacacional, volvemos a nuestras meditaciones de cada día, hoy les invito a meditar sobre el amor que nos tiene nuestro Padre que está en los cielos.
Los antiguos imaginaban a Dios como un Dios castigador e implacable, severo al máximo con su propio pueblo y más aún con los enemigos el pueblo escogido. Sin embargo, Jesús vino a revelarnos un Padre muy diferente, un Padre amoroso, que “hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5, 45).
Si nos ponemos a examinar nuestras vidas, son muchas las demostraciones de amor que el Padre nos ha dado, comenzando por la vida que nos dio al crearnos en el vientre de nuestra madre terrena, por los cuidados que hemos tenido por intermedio de nuestros padres y familiares en nuestra mas tierna infancia, por la educación que hemos recibido por intermedio de nuestros maestros y profesores y por ese sol y esa lluvia de que nos habla Mateo y que todos los días nos envía para calentar nuestro cuerpo y para reverdecer los caminos por los que hemos de transitar.
El está atento a todas nuestras necesidades, las conoce y trata de remediarlas de manera que no sea peor el remedio que la enfermedad, nos busca el consuelo en nuestros peores momentos, acompaña nuestro llanto y nos anima a volver a disfrutar de la vida.
Atiende nuestras oraciones, igual que un papá amoroso atiende los pedidos de sus hijos, nos da el pan de cada día, nos perdona las ofensas si volvemos arrepentidos a su regazo paterno y nos reconocemos pecadores, nos cuida y nos protege de todo mal.
Es un amor tan grande que no podemos dejar de corresponder de alguna manera y la fórmula más idónea, a mi manera de ver, es sirviendo nosotros también como intermediarios de ese amor entre El y sus otros hijos. Así como nosotros recibimos su amor por intermedio de nuestros padres y luego por intermedio de nuestros maestros y benefactores, que seamos nosotros también portadores de ese amor de El para con nuestros semejantes.
En silencio, sin que nuestra mano izquierda se entere de lo que hace nuestra mano derecha, en secreto, que solo Dios sepa que estamos haciendo un bien y que lo estamos haciendo por El, para corresponder al gran amor que nos tiene.
La bondad del Señor es para siempre, si el Señor está conmigo, no temeré ningún mal. (Sal 118)
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.