EN HOMENAJE AL “HERMANAZO”.
Tanto el evangelio del pasado domingo como nuestro Tema para Meditar del día lunes, hacían referencia a lo efímera que es la vida del hombre sobre la tierra, y que no sabemos ni el día ni la hora en que tendremos que rendir cuentas al Señor. Precisamente en el día de ayer tuvimos conocimiento del fallecimiento de tres personas: Erick, un niño de pocos años, Etelvina, una señorita amiga de la familia y de Alfredo Hernández, “El Hermanazo”, nuestro querido amigo y miembro de la Fundación Betania, un joven adulto, casado que deja viuda y dos niñas pequeñas, para quienes vaya nuestra palabra de condolencia, una demostración evidente de lo que habíamos comentado en nuestra entrega del lunes.
Recuerdo que allá a finales de los años 80, cuando visité por primera vez el Santuario de Betania, vi en el altar a un jovencito que con un micrófono en mano conducía al público durante el rezo del rosario, me impresionó sobre todo al final cuando fue capaz de recitar de memoria todas las letanías, me sentí pequeñito ya que aún doblándole la edad me creía incapaz de lograr esa “hazaña”, después supe que ese joven se llamaba Alfredo y pertenecía a la Fundación Betania.
Más adelante, cuando conocí a la Sierva de Dios, María Esperanza, y pasé a formar parte de la Fundación, tuve oportunidad de conocer
mejor a Alfredo, supe que era muy apreciado por todos y que le llamaban por el apodo de “El Hermanazo”, por su bondad y amistad para con todos sus compañeros. Supe también de su espiritualidad, de su amor por la Santísima Virgen Reconciliadora, de su respeto y admiración por María Esperanza, y de las muchas virtudes que le enriquecían, obediencia, humildad, alegría, caridad y que lo hacían una persona muy especial. Una vez le pregunté qué significaba Betania para él y me respondió: “Betania es la esperanza de un pueblo para vivir días nuevos, apoyados en la fe y con la intercesión poder reconciliarnos como hermanos y lograr la unidad fraternal.”
Fui testigo de su matrimonio con Mariela, con motivo del cual les escribí un poema que aparece en el libro “Betania, pueblo de Dios” con una foto de ambos y de su primera niña.
En los últimos años Alfredo prestó un servicio invalorable a todos sus conocidos, haciéndonos llegar diariamente por via de Internet la “Liturgia del Día” con sus “Comentarios”, “Un minuto con María” y las “Historias Reales” con hechos anecdóticos de interés netamente espiritual, algunos de los cuales he reenviado a mi Lista de Direcciones.
Para nosotros los católicos, la muerte es solo física, en realidad estamos naciendo a la verdadera vida, la vida eterna, ya “El Hermanazo” ha cumplido su misión en esta tierra y se dispone ahora a vivir en ese mundo de reconciliación y de amor que soñó y para comenzar a vivir esos días nuevos, plenos de amaneceres radiantes y de atardeceres plácidos, adorando y glorificando a Dios por toda la eternidad. Hasta la vista “Hermanazo”.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
Tanto el evangelio del pasado domingo como nuestro Tema para Meditar del día lunes, hacían referencia a lo efímera que es la vida del hombre sobre la tierra, y que no sabemos ni el día ni la hora en que tendremos que rendir cuentas al Señor. Precisamente en el día de ayer tuvimos conocimiento del fallecimiento de tres personas: Erick, un niño de pocos años, Etelvina, una señorita amiga de la familia y de Alfredo Hernández, “El Hermanazo”, nuestro querido amigo y miembro de la Fundación Betania, un joven adulto, casado que deja viuda y dos niñas pequeñas, para quienes vaya nuestra palabra de condolencia, una demostración evidente de lo que habíamos comentado en nuestra entrega del lunes.
Recuerdo que allá a finales de los años 80, cuando visité por primera vez el Santuario de Betania, vi en el altar a un jovencito que con un micrófono en mano conducía al público durante el rezo del rosario, me impresionó sobre todo al final cuando fue capaz de recitar de memoria todas las letanías, me sentí pequeñito ya que aún doblándole la edad me creía incapaz de lograr esa “hazaña”, después supe que ese joven se llamaba Alfredo y pertenecía a la Fundación Betania.
Más adelante, cuando conocí a la Sierva de Dios, María Esperanza, y pasé a formar parte de la Fundación, tuve oportunidad de conocer
mejor a Alfredo, supe que era muy apreciado por todos y que le llamaban por el apodo de “El Hermanazo”, por su bondad y amistad para con todos sus compañeros. Supe también de su espiritualidad, de su amor por la Santísima Virgen Reconciliadora, de su respeto y admiración por María Esperanza, y de las muchas virtudes que le enriquecían, obediencia, humildad, alegría, caridad y que lo hacían una persona muy especial. Una vez le pregunté qué significaba Betania para él y me respondió: “Betania es la esperanza de un pueblo para vivir días nuevos, apoyados en la fe y con la intercesión poder reconciliarnos como hermanos y lograr la unidad fraternal.”
Fui testigo de su matrimonio con Mariela, con motivo del cual les escribí un poema que aparece en el libro “Betania, pueblo de Dios” con una foto de ambos y de su primera niña.
En los últimos años Alfredo prestó un servicio invalorable a todos sus conocidos, haciéndonos llegar diariamente por via de Internet la “Liturgia del Día” con sus “Comentarios”, “Un minuto con María” y las “Historias Reales” con hechos anecdóticos de interés netamente espiritual, algunos de los cuales he reenviado a mi Lista de Direcciones.
Para nosotros los católicos, la muerte es solo física, en realidad estamos naciendo a la verdadera vida, la vida eterna, ya “El Hermanazo” ha cumplido su misión en esta tierra y se dispone ahora a vivir en ese mundo de reconciliación y de amor que soñó y para comenzar a vivir esos días nuevos, plenos de amaneceres radiantes y de atardeceres plácidos, adorando y glorificando a Dios por toda la eternidad. Hasta la vista “Hermanazo”.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario