lunes, 5 de noviembre de 2012

XIII-104 La Transmisión de la Divina Revelación.



LA TRANSMISIÓN DE LA DIVINA REVELACIÓN.

Estamos entrando en la tercera semana de nuestro repaso del Catecismo, como participación activa en el Año de la Fe; recordarán que en las semanas anteriores habíamos hablado acerca de la inquietud que el Creador ha puesto en el corazón del hombre para que le busque y lo conozca, pero que sin embargo al hombre le ha costado mucho lograrlo, por lo que Dios ha tenido que ir al encuentro el hombre, revelándose a si mismo, primero por medio de los patriarcas y los profetas y finalmente por el envío de su propio Hijo Jesucristo como Redentor y Salvador de los hombres caídos en el pecado.

La tarea para esta semana era la lectura de los párrafos numerados del 101 al 141, en los cuales se habla de la Transmisión de la Divina Revelación, en efecto, cuando Dios se revela al hombre lo hace por medio de la Palabra, al principio poniendo en boca de los Patriarcas y de los Profetas su Palabra Divina y luego por medio de su Hijo que nos manifiesta claramente que su Palabra es la Palabra del Padre que está en los Cielos, esa misma Palabra Dios quiere que se transmita a las generaciones siguientes porque: “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4) ¿y cuál es esa verdad? El propio Jesús lo dijo “Yo soy la verdad” (Jn 14, 6) De manera que para que esa Palabra se transmita a todos los hombres, Cristo tiene que ser anunciado, como él mismo lo pidió a sus apóstoles: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28, 19). Esta transmisión se hizo desde un principio en forma oral, de persona a persona, de generación en generación, ya que no había nada escrito y esa transmisión se llama la Tradición Apostólica, con el correr del tiempo vendrán los evangelistas a escribir sobre la vida de Jesús y estos libros constituirán lo que llamamos El Nuevo Testamento que junto a los libros escritos anteriormente, es decir el Antiguo Testamento conformarán las Sagradas Escrituras, es decir la Biblia.

La Tradición Apostólica y las Sagradas Escrituras están íntimamente ligadas entre si, ya que ambas tratan acerca del misterio de Cristo, y ambas provienen de una misma fuente que es la Palabra de Dios. En su conjunto constituyen el sagrado depósito de la fe que fue confiado a los Apóstoles y a toda la Iglesia de Cristo, para que el Pueblo de Dios, con el sentido sobrenatural de la fe, iluminado por el Espíritu Santo y guiados por el Magisterio de la Iglesia pueda acoger la revelación divina, comprenderla y aplicarla en su vida.

Para la cuarta semana vamos a leer los párrafos del Catecismo numerados del 142 al 184 que conforman el Capítulo Tercero de esta primera parte y que comentaremos el próximo lunes, si Dios quiere. Estamos a la orden para aclararles cualquier duda acerca de lo leído. Glorifiquen a Dios con sus vidas.

Que la paz de Cristo reine en tu corazón y la bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre ti y toda tu familia y permanezca por siempre.

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