lunes, 19 de noviembre de 2012

XIII-108 Creo en Dios Padre



CREO EN DIOS PADRE.

Como todos los lunes vamos a continuar nuestro repaso del Catecismo de la Iglesia Católica, como lo aconseja el Santo Padre en este Año de la Fe, para lo cual hemos leído previamente los párrafos que van del 185 al 231, es decir el comienzo de lo que el Catecismo titula “Capitulo Primero, Creo en Dios Padre, Los símbolos de la Fe.”

Los símbolos de la Fe, también llamados “profesiones de fe” o “Credos” son fórmulas articuladas con las que la Iglesia, desde sus orígenes, ha expresado sintéticamnte la propia fe y la ha transmitido con un lenguaje común y normativo a todos los fieles. Desde los principios del cristianismo, los seguidores de Jesús comenzaron a usar “símbolos” para identificarse entre ellos mismos ya que como sabemos tenían que vivir perseguidos por los romanos y por los de su propia raza, los judíos, que querían extinguir esta nueva religión que había surgido y a la cual se le achacaban todos los males del imperio y de la sociedad, los que eran descubiertos eran encarcelados, maltratados para hacerles cambiar su modo de pensar y hasta condenados a muerte, lo que dio origen a los primeros mártires del cristianismo.

Los símbolos de la fe más antiguos son los bautismales. Puesto que el bautismo se administra “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19) tal como lo mandó el propio Jesús haciendo referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad. Luego tenemos los dos Credos que son el de los Apóstoles y el Niceo-Constantinopolitano, o como muchos popularmente los llaman el Credo Corto y el Credo Largo que surgieron en los primeros Concilios Ecuménicos de la Iglesia y se siguen usando hoy en día.

El Credo comienza por las palabras “Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra” ¿Por qué? Porque es la verdad más importante de nuestra creencia y fuente de todas las demás verdades. Recordemos que en la época en que surge el cristianismo, tanto  los griegos como los romanos creían en muchos dioses, el Dios de la guerra, el Dios del Amor, etc., etc. Les hicieron estatuas representativas y entre ellas hicieron una para el Dios Desconocido, lo que le sirvió de base a Pablo en su predicación ante los griegos para decirles que precisamente él venía a hablarles de ese Dios que ellos desconocían y que era el Dios verdadero. Ese Dios es el mismo que los Judíos adoraban desde el Antiguo Testamento, el Dios de Abraham, el Dios de Jacob, el Dios de Moisés, pero que no se había revelado a otros pueblos sino hasta la venida de Nuestro Salvador. Jesús mismo lo ha confirmado: Dios “es el único Señor” (Mc 12, 29)

Para la próxima semana vamos a repasar los párrafos que van del 236 al 267 y los comentaremos el próximo lunes. Glorifiquen a Dios con sus vidas.


Que la paz de Cristo reine en tu corazón, y que tengas una feliz semana.

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