viernes, 28 de noviembre de 2008

IX-116 No había posada para ellos.



La Virgen María y San José viajaron de Nazaret a Belén en una jornada que duró cinco días con sus cuatro noches, aparentemente solos, sin embargo el Altísimo había dispuesto que diez mil ángeles les acompañaran durante el viaje, porque ellos llevaban consigo su más bello tesoro, su Hijo amadísimo. Aquellos ángeles les servían y les protegían de los peligros del camino, invisibles para otras personas pero visibles para ellos, refulgentes, con un brillo tal que la noche parecía el día, alegrando su trayecto con cánticos e himnos de alabanza.

Sin embargo, el viaje mezclaba con los momentos agradables, también momentos de penalidades y molestias, por un lado la cantidad de personas que viajaban y por otro los desprecios de que eran objeto por ser pobres. En todos los sitios atendían muy bien a los que veían ricos y con lujosos vestidos en tanto que a ellos los despedían como a gente inútil con palabras ásperas y desagradables. La Virgen podía ver las almas de todos los que iban y venían, penetrando en sus pensamientos más ocultos, así que conocía el estado de cada una de ellas respecto a la gracia y el pecado, por lo que lloraba y clamaba a Dios por aquellas almas que iban a la perdición. Igualmente oraba por los enfermos que se cruzaban con ellos en el camino.

Llegados a Belén, como a las cuatro de la tarde, comenzó la penuria de buscar posada, en medio de un invierno con nieves y lluvias que les causaba mayor penalidad. La Virgen estaba fatigada por el viaje, mientras José tocaba a las puertas de posadas y mesones y casas de conocidos, pero en ninguna fueron admitidos. En esto llegaron a la casa donde estaba el registro para el Censo, así que aprovecharon de inscribirse y pagar el impuesto correspondiente, cumpliendo con el motivo de su viaje.

En total consultaron en más de cincuenta lugares con paciencia y mansedumbre, cuando ya eran como las nueve de la noche, José recordó que en las afueras de la ciudad había una cueva donde los pastores llevaban a descansar a sus animales y hacia allí se dirigieron y la encontraron vacía, se llenaron de consuelo y alabaron al Señor.

Son muchas las conclusiones que podemos sacar de esta meditación: La humildad y paciencia que debemos tener ante el desprecio de los demás, la aceptación de la voluntad del Padre, el amor a nuestros enemigos y a los enfermos y desahuciados, amor a la pobreza y búsqueda de la perfección. Que la Virgen Santísima ilumine tus caminos con aquellas luces resplandecientes que la acompañaron en su ruta a Belén, te lo deseo de todo corazón.

Que la paz y la bendición de Dios lleguen a todos sus hogares, feliz fin de semana y no olviden la misa dominical y el rezo del Rosario en familia.

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