Vamos a proceder al habitual paréntesis en nuestras Meditaciones, durante la Semana Santa, para regresar de nuevo con ustedes el lunes después del Domingo de Resurrección.
¿Cuál debe ser la actitud de un buen cristiano durante estos días?.
Todos necesitamos de los momentos de descanso para reparar nuestro cuerpo y acondicionarlo para futuras tareas, ese descanso se produce cada día, cuando salimos de la oficina o de la ocupación habitual que tengamos y vamos para la casa a pasar la noche, se produce también cada semana, cuando disfrutamos del sábado y el domingo, y se produce dos o tres veces al año cuando vamos de vacaciones o en las fechas tradicionalmente de asueto para los trabajadores. Por lo tanto a nadie se le puede negar su derecho a irse para una playa o para una montaña, o para un pueblo donde residen sus amigos o familiares, esto está bien siempre que se haga sanamente con el propósito de reponer energías y vitalizar nuestro cuerpo.
Pero, como decía un amigo “Siempre tiene que haber un pero”; recordemos que nosotros no solo somos un cuerpo, somos cuerpo y alma, somos unos seres físicos y espiritualmente constituidos, y así como nuestro cuerpo requiere de ese mantenimiento, diario, semanal y anual, también nuestro espíritu requiere igual mantenimiento. ¿Y cómo se hace para darle mantenimiento al espíritu? Diariamente con nuestras oraciones y meditaciones, semanalmente con el rezo del Rosario en Familia y con la Misa Dominical, y anualmente, especialmente en el tiempo de Cuaresma y de Semana Santa, acudiendo al Sacramento de la Confesión, Orando las oraciones propias de estos días, el Via Crucis, la Hora Santa, cumpliendo con el ayuno y la abstinencia del viernes santo, acudiendo a visitar los Templos, buscando a Jesús Sacramentado y a su Santísima Madre en donde quiera que estemos pasando estos días, para demostrarles nuestro agradecimiento por todos los beneficios recibidos durante el año, para pedirle perdón a Dios e implorar su misericordia por nuestros pecados y para santificar nuestro espíritu con la Comunión. Así como tenemos tiempo para el descanso debemos tener un tiempo para Dios.
Contemplemos por un momento a Jesús Crucificado, en su agonía, en su pasión voluntariamente aceptada, con su cuerpo traspasado por los clavos que lo sostienen de la cruz, con su sangre derramada por nosotros, por nuestra salvación, con su paladar y su lengua secas, con una sed que le llega al alma y le hace decir “Tengo Sed” (Jn 19, 28), sed de almas, y digámosle: Aquí estoy Señor para calmar tu sed, para alabarte, para postrarme ante ti y reconocerte como mi único Dios verdadero, yo soy una de las espinas de tu corona, Señor, perdóname. Mira Señor las puertas de mi corazón, están abiertas para ti, quiero convertirme y reconciliarme contigo y con mis prójimos, quiero crecer en las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad, y finalmente quiero recibirte en la Eucaristía como el pan de mi vida y como mi esperanza para la vida eterna. Yo te amo Señor.
Que la paz y la bendición de Dios lleguen a todos sus hogares, feliz fin de semana y no olviden la misa dominical y el rezo del Rosario en familia.
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