La desorientación es algo terrible, es probable que alguna vez te hayas perdido, en algún sitio que no conoces o buscando alguna dirección, no me refiero a los que andan permanentemente perdidos, sino a esa situación particular que se nos pudiera presentar, la desorientación, no saber adonde ir, si a la derecha o a la izquierda, si hacia arriba o hacia abajo y por el contrario que felicidad tan grande nos da cuando llegamos a algo conocido y sabemos claramente donde estamos y hacia donde vamos.
Que terrible debe ser perderse por ejemplo en el desierto, donde no hay señales fijas de orientación porque la arena va formando dunas o promontorios de tierra que cambian de sitio cuando el viento sopla. Recuerden lo que les pasó a los israelitas que vagaron cuarenta años por el desierto, menos mal que Dios se apiadaba de ellos y les enviaba el maná, ese pan que llovía sobre sus cabezas y que les alimentaba cabalmente.
En el campo espiritual es igual de terrible la desorientación y nos puede ocurrir y de hecho nos ocurre que no sepamos en un momento dado que hacer ni adonde ir.
Hemos sido bautizados, leímos el Catecismo, hicimos la Primera Comunión, hemos ido a Misa, hemos escuchado muchos sermones y sin embargo no sabemos qué hacer.
Te lo digo, no porque yo sea adivino ni porque sepa tus secretos, sino simplemente porque veo que no estás haciendo lo debías hacer. Parece sencillo, pero no lo es.
Te lo digo, no porque yo sea adivino ni porque sepa tus secretos, sino simplemente porque veo que no estás haciendo lo debías hacer. Parece sencillo, pero no lo es.
Hemos oído decir que Jesús hace milagros, por eso en cuanto tenemos alguna necesidad acudimos a él, si nos hace falta plata para comprar lo que queremos, si estamos enfermos o si tenemos problemas en nuestro entorno familiar, en los estudios o en el trabajo, vamos detrás de él y le pedimos por la solución de nuestros problemas. ¿Es acaso esto lo único que espera Dios de nosotros? Lo mismo hacían los judíos que seguían a Jesús, las multitudes le seguían porque curaba a los enfermos, porque les daba de comer hasta saciarse, pero no veían que todo esto eran signos de algo que estaba mucho más allá, algo por lo que había que luchar con mayor fuerza que por los bienes terrenos, por las obras de Dios. Por eso en una oportunidad le preguntaron: “¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios? Jesús les respondió: “La Obra de Dios es ésta: creer en aquel que Dios ha enviado” (Jn 6, 28-29)
Dios nos envió a su Hijo Jesús, tenemos que creer en él, porque eso es lo que Dios quiere de nosotros, de esa manera estaremos trabajando por las obras de Dios, esa es la brújula que orientará nuestro camino, porque Jesús es el Camino; esa es la vida que debemos vivir, porque Jesús es Vida; esa es la única verdad que está detrás de todos los signos milagrosos, porque Jesús es la Verdad.
Pidamos a la Santísima Virgen María, Madre de Jesús, que nos ayude a creer en su Hijo, que nos llene de humildad y de amor para seguir su ejemplo de fiel servidora y nos lleve de la mano, con fe y esperanza, tras los pasos de Nuestro Salvador.
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