miércoles, 4 de septiembre de 2013

XIV-069 Soplan vientos de guerra



SOPLAN VIENTOS DE GUERRA.

Desde la más remota antigüedad el hombre ha estado procurando la guerra, siempre con el deseo de dominar a los demás y de imponer su voluntad, hay quien dijo que es mayor el tiempo que el hombre ha estado en guerra que el tiempo que ha vivido en paz o que la historia de la humanidad es la historia de las guerras del hombre. Después de las experiencias traumáticas de las dos guerras mundiales vividas en el siglo XX, mucho se ha hablado acerca de la paz, se han creado organizaciones mundiales para promoverla, se ha incluso premiado a las personas que más se han destacado anualmente en la procura de este bien, pero tal parece que el instinto vuelve a sobreponerse a la sensatez y nuevamente soplan vientos de guerra en el mundo.

¿Cuál es el papel que corresponde a nosotros los católicos en esta situación? ¿Qué debemos hacer? ¿Tiene alguna fuerza lo que nosotros podamos hacer? Yo lo resumiría en tres palabras: Debemos promover paz. Y ¿qué significa “promover paz”? Decía el Papa Juan Pablo II que a nosotros corresponde anunciar el evangelio de la paz, “Sois de hecho laicos evangelizadores de la paz, promotores de obras de paz; portadores de palabras y gestos de paz, de ejemplos vividos y de gestos explícitos de paz, con una vida absolutamente consecuente.” El mundo está formado por sociedades de personas y estas sociedades a su vez por grupos familiares, si se promueve la paz en los grupos familiares donde nos toca actuar eso repercutirá en todo el mundo, porque así como las guerras comienzan por el odio y la falta de entendimiento, la paz puede también comenzar de abajo hacia arriba y crear un clima en el que no prosperen ni la discordia ni el desamor. Si seguimos a Cristo hallaremos paz, porque el mandamiento de Cristo es el amor, si aceptamos su mensaje de amor, si vivimos en su gracia mediante los sacramentos, estaremos dando pasos por el camino de la paz. La oración por su parte juega un papel muy importante, ya hemos hablado en ocasiones anteriores acerca de la fuerza que tiene la oración en conjunto por una misma causa, Dios está atento a nuestros ruegos.

Las guerras siempre han tenido el mismo propósito, destruir al enemigo, en lo que han variado con el correr de la historia es en la forma de enfrentarlo, antes era cara a cara, cuerpo a cuerpo, participar en la guerra era un gesto de valentía, de la guerra surgían los héroes que serían en adelante los líderes de la sociedad, pero la tecnología moderna ha hecho que esto cambie radicalmente y los enfrentamientos ahora se hacen a grandes distancias, los enemigos no se ven unos a otros, se envían misiles de largo alcance que destruyen y matan sin compasión alguna, sin ver si lo hacen sobre soldados o sobre personas inocentes y niños que son ajenos a las disputas entre los grandes líderes, ahora no puede haber héroes porque es más bien una guerra entre cobardes anónimos que no les importa esparcir gases químicos mortales o bacterias que produzcan enfermedades porque ellos se encuentran a gran distancia y no pueden ser alcanzados, las guerras de hoy en día son la miseria de la humanidad.

Por eso debemos ante todo buscar la paz, comenzando por nosotros mismos, por nuestra paz interior, luego proyectar eso a nuestros hogares, nuestros conglomerados, asociaciones, en el trabajo, en la vecindad, asumir la misión que Dios nos ha encomendado, llevar esa paz que él nos dio: “!La paz esté con ustedes!” (Jn 20, 19). Y seguir las orientaciones de nuestra Iglesia, el Papa Francisco ha convocado a una jornada de oración y ayuno por la paz el próximo 7 de septiembre, unámonos a esa convocatoria y digamos decididamente ¡No a la guerra! La guerra es destrucción, estancamiento y muerte, en cambio la paz es servicio a la vida, promoción de la vida que conduce al desarrollo de los pueblos.

Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Que la paz de Cristo reine en tu corazón y la bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre ti y toda tu familia y permanezca siempre.

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