Las circunstancias en que sucedió la Circuncisión del Señor son poco conocidas ya que no aparecen detalladas en los evangelios. Ocurrió que los padres de Jesús, estando en Belén, decidieron solicitar los servicios del sacerdote de la sinagoga para que circuncidara al niño y San José lo buscó para que viniera al portal donde había nacido, vino este sacerdote con dos ayudantes y se admiraron de la pobreza del lugar y de la humildad de aquella familia, de su prudencia y modestia. La Virgen con el niño en brazos les recibió y ellos sintieron que su corazón se inclinaba hacia aquel extraño niño con devoción y ternura.
Recordemos que la circuncisión se hacía entre los israelitas como una manera de borrar el pecado original, es decir que en el caso del Dios Encarnado esto no tenía razón de ser, pero la Virgen y José quisieron en todo momento respetar la ley judía, tal como lo hiciera Jesús mas adelante en su vida pública, aunque siempre poniendo la prioridad en Dios y en el ser humano.
San José encendió dos velas de cera para alumbrar la ceremonia y el sacerdote pidió a la Virgen que los dejara solos con el niño ya que la vista del sacrificio la podría afligir. Sin embargo, la Virgen, aunque su humildad la inclinaba a obedecer al sacerdote, pidió licencia para mantener a su niño en brazos y así se le permitió para el ministerio, siendo ella el altar sagrado en el que se ofreció este primer sacrificio del Hijo del Eterno Padre. Ella tomó de su pecho un lienzo de manera que allí se depositasen la reliquia y la sangre de la circuncisión, el sacerdote hizo su oficio y circuncidó al Dios que en aquel momento tomó el papel de pecador siendo inocente y comenzó a derramar su sangre por el linaje humano.
No podemos quedarnos en la superficialidad del mero conocimiento de este hecho, tenemos que meditar en su contenido tan profundo, por una parte la humildad que nos enseña el Señor al someterse como hombre al sacrificio y a la ley y por otra parte la fidelidad y la prudencia de la Madre Santísima que no quiso separarse ni por un momento de su Hijo amadísimo, aún cuando la vista de aquel sacrificio le produjera un profundo dolor en su corazón. Seamos pues agradecidos a Dios por las obras que hizo su Hijo a favor nuestro desde su mas tierna infancia y procuremos imitar su humildad, como lo han hecho los santos y los bienaventurados que reinan con él en la gloria del Cielo, e imitemos también la fidelidad de María, no queriendo separarnos ni por un momento de Jesús, porque: “junto al Señor está su bondad y la abundancia de sus liberaciones” (Sal 129, 7).
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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