miércoles, 12 de noviembre de 2008

IX-110 Un hombre perfecto.‏


En nuestra meditación anterior hablábamos de la Procesión del Santísimo como un recordatorio de las multitudes que seguían a Jesús en su caminar y en su predicación. ¿Qué era lo que atraía a las gentes para seguir a Jesús? ¿Cómo era Jesús? ¿Era acaso como un líder político, de esos que conocemos hoy que es capaz de reunir a grandes grupos de personas para que le escuchen?¿O como esos cantantes que reúnen multitudes frenéticas que gritan de entusiasmo? Existe una profunda diferencia, estas personas nos causan una impresión momentánea pero no cambian nuestras vidas.

Alguien podría decir que por ser Dios atraía a las personas para que le escuchasen, pero recordemos que Jesús además de ser Dios, el Hijo del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad, también era verdaderamente un hombre, había sido engendrado en el vientre de una mujer, era “Hijo del Hombre”, por tanto era en todo igual a nosotros, menos en el pecado, era un hombre perfecto.

En el evangelio de San Marcos leemos que “Mucha gente acudía a Jesús y lo escuchaba con agrado” (Mc 12, 35). Es decir que tenemos por una parte la atracción personal y por la otra el escuchar su palabra. La gente acudía a Jesús por alguna referencia o por casualidad o por cumplir algún encargo y luego quedaban fascinados al escucharlo hablar. Como aquellos guardias del templo que fueron enviados una vez para prenderlo y quedaron cautivados ellos mismos por las palabras de Jesús y regresaron diciendo que aquel hombre hablaba como jamás nadie habló. Escucharle cambiaba la vida de las personas.

¿Qué era lo que hacía perfecto a aquel hombre? Cualidades que por si solas son capaces de adornar a una persona se reunían en un solo hombre, era a la vez grande y humilde, hablaba con madurez y sabiduría, era bondadoso en extremo, hablaba con autoridad y se hacía respetar y los que le conocían de cerca sabían de su vida interior y de su oración constante.

Es por ello que Cristo debe ser nuestro modelo en la búsqueda de la perfección humana, seguir a Jesús verdadero Dios y verdadero hombre significa acudir a él por nuestra propia voluntad, luego escucharle en la lectura del evangelio, y poner en práctica sus enseñanzas, Jesús es la puerta del cielo que se nos abre para que entremos por él a la gloria eterna.

Cuando entras en oración estas en presencia de El, es como si estuvieras sentado en la grama dispuesto a escucharle, pon toda tu conciencia en lo que estás haciendo y vive con intensidad esos momentos. Pidámosle a María, su Santísima Madre que nos enseñe a seguir a Jesús su hijo amado y a escuchar sus palabras y asimilarlas en nuestro corazón.

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