miércoles, 19 de noviembre de 2008

IX-113 Y tú Belén de Judá...




Los planes de Dios son inmutables, desde hace mucho tiempo ya el Señor había determinado que su Hijo naciera en Belén, así lo expresa el profeta Miqueas 700 años antes cuando dice: “Pero tú, Belén Efrata, aunque eres la más pequeña entre todos los pueblos de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar a Israel.”(Miq 5, 1).
Sin embargo, cuando las cosas van a suceder se nos presentan como casuales, así cuando a María ya se le estaban acercando los días del parto, sucedió que hubo un edicto del César Augusto para que se hiciera un censo de población en todo el imperio romano que prácticamente se extendía por todo el mundo conocido hasta entonces y para censarse cada quien debía hacerlo en el registro común de su propia ciudad que en el caso de José era Belén como todos los descendientes de David.

Cuando José se enteró de esto se puso muy triste y afligido porque sabía lo delicada que estaba la Virgen para emprender un viaje desde Nazaret hasta Belén y tampoco quería dejarla sola, precisamente cuando más requería de su compañía.

La Virgen por su parte sabía que el niño debía nacer en Belén porque así se lo había revelado Dios, pero guardaba silencio porque no había sido autorizada a revelar aquel secreto.

José entonces pidió a la Virgen que consultara al Altísimo si podía llevarla con él a Belén, ya que no quería apartarse de ella en aquellos momentos. La Virgen fue obediente y humilde ante la petición de su esposo y aunque conocía la voluntad de Dios, presentó al Señor aquella consulta. Dios le respondió: “Amiga y paloma mía, obedece a mi siervo José en lo que te ha propuesto y desea. Acompáñale en la jornada, yo estaré contigo y te asistiré con mi paternal amor y protección en los trabajos y tribulaciones que por mi padecerás y, aunque serán muy grandes, te sacará gloriosa de todas mi brazo poderoso”.(Op.cit 450)
José se llenó de júbilo y consuelo al conocer la respuesta del Señor y comenzó de inmediato a preparar el viaje.

Meditando estos pasajes debemos fijar nuestra atención en dos aspectos, por un lado la prudencia y por otro la obediencia que debemos tener en todas las cosas de Dios, imitando así el ejemplo de la Santísima Virgen. Si nos entregamos a la voluntad de Dios, El estará con nosotros en todas nuestras tribulaciones y si somos fieles y obedientes derramará sobre nosotros la abundancia de sus dones.

(Op.cit) María de Jesús de Agreda:“Mística Ciudad de Dios, Vida de la Virgen María”

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.

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