Si vamos al Monte de los Olivos, en las afueras de Jerusalén, encontraremos todavía aquellos vetustos árboles que tienen ya más de dos mil años guardando sus recuerdos de aquella noche triste, en que Jesús lloró mientras oraba al Padre y “su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían a la tierra.” (Lc 22, 44).
Jesús era verdadero Dios y verdadero hombre, su parte humana se muestra con mayor intensidad en este pasaje de la Pasión de Nuestro Señor, es el demonio que arremete con fuerza contra él y regresa nuevamente con sus mentiras, incentivando su yo, el hombre que había en Cristo, para que se rebele contra su Padre y se niegue a obedecer la voluntad del Altísimo.
Recordemos que al principio de su ministerio, Jesús fue tentado en el desierto, durante aquellos cuarenta días que conmemoramos actualmente en la Cuaresma, y que sus respuestas lograron vencer las tentaciones del enemigo, el cual se retiró para esperar otro momento oportuno, nos dice el evangelio. Ese momento es ahora, al final de su predicación y del anuncio del Reino de los Cielos, en el momento de probar su fidelidad al Padre, de sufrir el más terrible sacrificio, el de su propia vida por la redención de la Humanidad y para la Gloria de Dios. Y la tentación es casi la misma, se expresa con las mismas palabras “Si eres Hijo de Dios” ¿Cómo tu Padre puede querer esto para ti? Le plantea prácticamente dos caminos, si eres Hijo de Dios utiliza tus poderes para librarte de este sacrificio y si no eres es porque Dios no existe, ambos representan una rebelión contra los mandatos del Padre.
Y Jesús responde y se defiende con la única arma que tenía en sus manos, la oración, se dirige al Padre con estas palabras: “Padre, si quieres aparta de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lc 22, 42).
Jesús nos da una lección de comportamiento ante las tentaciones, cuando nos veamos rodeados por ellas, asediados en nuestra debilidad, recurramos a nuestro Padre que no quiere el mal para nosotros, que es toda fortaleza y que nos ama porque somos sus hijos, pongámonos de rodillas, confesemos nuestra pequeñez, nuestra inseguridad, y roguemos por la solución de nuestros problemas. Sólo el soberbio es incapaz de arrodillarse, porque se siente con la capacidad y la sapiencia requerida en los momentos difíciles, prescinde de Dios y se pone él mismo en su lugar, más tarde se dará cuenta de su soledad y de su egoísmo.
Señor, tú que afrontaste las tentaciones, primero en el desierto y luego en el Monte de los Olivos, ayúdanos, no nos dejes caer en tentación y líbranos de todo mal.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
2 comentarios:
Que el Señor bendiga tu casa y tu vida.
Un saludo
Muchas gracias por tu comentario y que Dios tambien bendiga tu vida, tu casa y toda tu familia.
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