lunes, 8 de octubre de 2012

XIII-094 El Supremo don de la Humildad.


EL SUPREMO DON DE LA HUMILDAD.

Supongo que hoy amanecieron, la mayor parte de ustedes en Venezuela, medio enratonados, después de la jornada electoral del día de ayer, de las expectativas por los resultados y la tensión que actos de esta naturaleza suscitan en toda la población y hoy después de esa gran fiesta cívica, vuelve la calma y la serenidad del día a día de cada quien. Una de esas cosas de cada día es nuestra atención a las cosas de Dios, a aquellos famosos cuatro pilares, de los cuales la meditación es uno de ellos, vamos a poner el pie en el freno y despacio, poco a poco dedicar nuestro tiempo diario a la meditación.

La Semana pasada estuvimos hablando de San Francisco, con motivo de celebrarse su día el 4 de octubre, el Hermano Francisco gustaba mucho meditar cada día sobre las cosas que le habían ocurrido y siempre encontraba en estas meditaciones la orientación de Dios para seguir adelante, se cuenta que entre sus primeros hermanos hubo uno de nombre Egidio, con quien el Santo de Asís salió a predicar, le había tomado mucho cariño al joven y temía por su fortaleza al encontrarse con los primeros escollos de la predicación. En aquella primera salida iban ambos por el camino saludando a la gente con la frase: “El Señor les de la Paz”, un saludo poco usual que algunos recibían sin saber que responder, otros se reían y decían “Este está loco” y los más extremos les  replicaban con palabras groseras y ofensivas. El Hermano Egidio sintió vergüenza y fue como si su entusiasmo fuera decayendo, por lo que le consultó a Francisco si no era mejor cambiar el saludo y saludar como lo hacía todo el mundo, Francisco no supo que responderle en el momento, pero por la noche se puso a meditar y pensó como el hombre es capaz de despojarse de muchas cosas, de sufrir castigos corporales y hasta ofrecer su vida, pero que difícil es para el hombre aceptar la burla, el deshonor y el ridículo, el eterno problema de la imagen social. La única forma de vencer este escollo es pedir a Dios el Supremo don de la Humildad.

Aquella humildad que tuvo Jesús cuando fue calumniado y burlado durante su pasión, permaneció callado ante las acusaciones falsas, ante el rey Herodes que le hizo un montón de preguntas “Pero Jesús no contestó nada, mientras los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley permanecían frente a él y reiteraban sus acusaciones” (Lc 23, 10)

San Francisco le habló de Jesús a Egidio y por la noche dio su bendición al hermano y oró a Dios pidiendo para aquel joven el Supremo don de la humildad. Oremos nosotros también a Dios para que nos lo conceda y nos haga perder el miedo al ridículo cuando demos ejemplo de nuestra vida cristiana.

Que la paz de Cristo reine en tu corazón y la bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre tu familia y permanezca siempre.

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