miércoles, 8 de mayo de 2013

XIV-034 Juzgando a Dios



JUZGANDO A DIOS.

Casi que sin darnos cuenta, estamos constantemente juzgando a Dios, nos encanta emitir juicios sobre todo lo que sucede, sobre el comportamiento de las personas cuya vida discurre a nuestro alrededor, sobre lo que hacen o dejan de hacer personas de vida pública y conocida y en general sobre lo que nos ocurre en la vida diaria, es tan notable esta afición que los productores de programas de televisión han hecho una extensa gama de programas en donde se emiten juicios sobre la actitud de las personas y donde participa un público ansioso de mostrar su propio parecer sobre la situación planteada y un juez o una moderadora que saca conclusiones sobre los juicios emitidos y son muchos a los que les gusta ver este tipo de programas.

Hemos oído decir que no se mueve la hoja del árbol sin la voluntad de Dios, de manera que todo lo que ocurre a nuestro alrededor ha sido dispuesto por nuestro Creador y cuando cuestionamos algo de lo sucedido, estamos cuestionando a Dios, estamos juzgando a Dios. El es infinitamente sabio, su sabiduría va mucho más allá de nuestros conocimientos y por tanto sus juicios son justos y sus acciones son perfectas.

¿ Y por qué criticamos los designios de Dios? Porque nosotros tenemos “prejuicios”, es decir que de antemano hemos clasificado a los demás como buenos y malos, como justos e injustos, nos dejamos guiar por las apariencias. sin adentrarnos en el corazón de las personas, sin conocer sus íntimos sentimientos ni las intenciones de su corazón. Tenemos preferencias, cuando iniciamos a criticar un evento ya de antemano sabemos quién tiene la culpa y quien es inocente y todo lo que haga o diga “el bueno”, será bueno para nosotros y todo lo que haga o diga “el malo” será malo para nosotros. Amamos al “bueno” y le deseamos todo lo mejor, en cambio rechazamos al “malo” y le deseamos su castigo.

Dios en cambio, no actúa así, Dios hace salir el sol cada día sobre buenos y malos, hace caer la lluvia sobre blancos y negros, Dios no se guía por las apariencias, El ve nuestros corazones y conoce nuestros pensamientos más íntimos, por eso su justicia es divina y perfecta. Decía la Sierva de Dios Maria Esperanza de la Luz: “El amor de Dios es infinito, generoso, tierno y misericordioso con todas sus criaturas; para El no hay ricos ni pobres, ni feos ni bonitos, ni blancos ni negros, Para El todos somos sus hijos, los hijos de su corazón”.

Cuando Jesús comenzó a decirles a los apóstoles que el Hijo del Hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los notables, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley y que sería condenado a muerte, Pedro se lo llevó aparte y lo reprendió diciéndole “Dios no lo permita, nunca te sucederán tales cosas”. Y Jesús lo apartó diciéndole “Apártate de mí Satanás, tú piensas como los hombres y no como Dios”. (Mt 16, 21)

Procuremos no emitir juicios sobre las cosas que suceden a nuestro alrededor, aceptémoslas como provenientes de la voluntad de Dios y si ellas nos afectan de manera directa y nos causan sufrimiento, ofrezcámoslo a Dios junto con nuestras oraciones por el perdón de nuestros pecados y por nuestra salvación.
Glorifiquemos a Dios con nuestras vidas.

Que la paz de Cristo reine en tu corazón y la bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre ti y toda tu familia y permanezca siempre.

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