ESPÍRITU DE ENTENDIMIENTO Y SABIDURÍA.
Los misterios de Dios son insondables, sin su ayuda no seriamos capaces de entenderlos, es por ello que debemos pedir en todo momento esa ayuda que nos viene dada por el Espíritu Santo. El ejemplo más palpable lo tenemos en la experiencia de los apóstoles después de la resurrección y ascensión del Señor, tal como se los había prometido cuando estaba con ellos, Jesús les envió el Espíritu Santo el día de Pentecostés y fue capaz de cambiar aquellos hombres tímidos y mundanos en hombres animosos y espirituales, dotándolos de inteligencia inusitada y de un liderazgo capaz de cambiar las conciencias de miles de personas con solo pronunciar un discurso.
Nosotros los laicos somos quizá los más necesitados de esta ayuda para cumplir nuestra misión evangelizadora, así como les fue enviado a los apóstoles, también a nosotros no nos lo negará el Señor si se lo pedimos: “Ven, Espíritu Santo y envíanos del cielo un rayo de tu luz purísima”. La luz del Espíritu Santo es capaz de iluminar como lo hace el relámpago que aún en tempestades lejanas podemos ver su resplandor y su luz es inspiradora, es pura, e infunde en nuestras almas la gracia santificante.
No olvidemos que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad, por lo tanto es Dios, es el mismo Dios Creador que nos narra la Biblia: “En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas.” (Gen 1, 1-2) La misma paloma que aleteó sobre la cabeza de Jesús en el momento de su bautizo en el Jordán, la misma que llevó una rama de olivo al arca de Noé para indicar que un nuevo mundo estaba por comenzar, es el mismo Espíritu Santo que existe desde la creación del mundo y que reposa sobre las aguas del Bautismo y nos colma con sus dones y virtudes.
Nuestra primera actitud debe ser la humildad de reconocernos incapaces de valernos por nosotros mismos, mientras naveguemos en el mar de la soberbia y nos creamos que somos la última Pepsi-cola del desierto, no vamos a llegar a ninguna parte y lo más probable es que nos estrellemos, una vez superado este escollo y que reconozcamos que somos aquella confusión y aquella nada de que nos habla el Génesis de la Sagrada Escritura, que tranquilicemos nuestro espíritu y oremos y suspiremos por la ayuda del Espíritu Santo, él vendrá a nosotros como aquella brisa fuerte que movió la casa de los apóstoles y se posará sobre nuestra cabeza como una llamita encendida para cubrirnos de entendimiento y sabiduría.
El obrará en nosotros una conversión que nos permitirá ser caritativos, alegres y sembradores de la paz entre nuestros hermanos, dará a nuestras mentes la claridad necesaria para saber distinguir lo malo de lo bueno, dará a nuestros corazones fidelidad, bondad, comprensión y nos mostrará los caminos del Padre para hacernos solidarios con sus planes de salvación.
Invoquemos pues con fe la ayuda del Espíritu Santo, que nos de la fortaleza necesaria para resistir las adversidades que se nos presentarán y aunque físicamente sigamos siendo los mismos, espiritualmente seamos trocados en hombres y mujeres nuevos, con la fe y el optimismo que tuvieron los apóstoles después de Pentecostés.
Glorifiquemos a Dios con nuestra vida.
Que la paz de Cristo reine en tu corazón y la bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre ti y toda tu familia y permanezca siempre.
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