Vamos a comenzar con un chiste porque el cristiano tiene que ser alegre. Había un señor que fumaba mucho y el médico le advirtió acerca del peligro del cáncer y le aconsejó que cada vez que tuviera ganas de fumar y encendiera un cigarrillo, lo arrojara al suelo y lo apagara; así lo hizo el señor por algún tiempo, cada vez que encendía un cigarrillo lo tiraba al piso y lo pisaba para apagarlo, este Señor de todas maneras un día se murió, y murió de cáncer, pero en el pie.
A pesar de ser un chiste, ese cuento tiene varias cosas que meditar, los fumadores empedernidos dicen que de algo tiene que morirse uno, pero yo les diría que si es de algo inducido por uno mismo eso es equivalente a un suicidio; otro podría decir que eso demuestra que es imposible quitarse el vicio una vez adquirido y yo le diría que eso es doblegar nuestra voluntad y a la vez es desconfiar en el poder de Dios.
A pesar de ser un chiste, ese cuento tiene varias cosas que meditar, los fumadores empedernidos dicen que de algo tiene que morirse uno, pero yo les diría que si es de algo inducido por uno mismo eso es equivalente a un suicidio; otro podría decir que eso demuestra que es imposible quitarse el vicio una vez adquirido y yo le diría que eso es doblegar nuestra voluntad y a la vez es desconfiar en el poder de Dios.
Lo primero que tenemos que pensar es que nuestro cuerpo es la riqueza material más grande que Dios nos ha dado para que la administremos en esta tierra, es el talento mayor que nos ha encargado, cuando comulgamos se convierte en un sagrario vivo del Santísimo Sacramento, por lo tanto es nuestro deber conservarlo saludable y limpio, puro, con una pureza digna de recibir al Señor cada vez que nos acerquemos a la Eucaristía y al final de nuestra vida Dios nos pedirá cuenta de los talentos que nos dio y de la manera como los hemos administrado. ¿Qué le diremos acerca de nuestro cuerpo?
Si definimos al pecado, en forma general, como todo aquello que va en contra de la razón, desde luego que el fumar cae dentro de esa definición, pues cansados están ya los fumadores de oír, lo que ya para ellos es una cantaleta, acerca de los peligros que encierra el cigarrillo y la cantidad de muertes que se producen anualmente por cáncer del pulmón y cáncer de la garganta, pero para ellos el vicio está por encima de cualquier razonamiento y por encima de su voluntad. Sin embargo, tenemos que pensar que Dios supone que nos amamos mucho a nosotros mismos, puesto que en su mandamiento nos dice: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19, 18) ¿Cómo vamos a cumplir con ese mandamiento si no nos amamos a nosotros mismos? Se peca también contra ese mandamiento cuando exhalamos humo que contamina el ambiente en perjuicio de los demás, de nuestros prójimos, y también cuando damos mal ejemplo a nuestros hijos con nuestro comportamiento de fumadores.
Medita un poco hoy sobre todo esto y considera si has pecado o no con tu actitud de fumador, fórmate un juicio imparcial y luego pídele al Señor que te ayude ya que para El nada es imposible.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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