Ayer estuve escuchando la grabación de un concierto que presentara un conocido compositor venezolano cuya música ha traspasado nuestras fronteras y es escuchado hoy en día en muchos países del mundo, lo cual me causó una gran satisfacción personal, sentí interiormente ese legítimo orgullo de ser nacido en este país, eso mismo que se siente cuando estamos lejos y escuchamos una música o un himno patrio o vemos a un compatriota, que creo que no es un sentimiento que vaya en contra de la modestia y de la humildad, ya que no es un envanecimiento fatuo sino que mas bien es como una emoción muy interior, como cuando vemos en la Plaza San Pedro una bandera de nuestro país, o en las tribunas de un evento deportivo internacional un grupo de hinchas criollos, yo creo que eso se puede definir como el Orgullo Patrio. Lo mismo que deben sentir nuestros hermanos de otros países en situaciones similares.
Desde el punto de vista espiritual, nosotros los católicos, hemos sido nacionalizados como ciudadanos de un Reino que no es de este mundo, el Reino de Dios. Con el Sacramento del Bautismo nacimos a la gracia de Cristo, se borró la herencia del pecado original y adquirimos esa “nacionalidad” de seguidores de Jesucristo, nuestro Rey.
Ya lo dijo Jesús a sus apóstoles: “Si el mundo los odia, sepan que antes me odió a mi. No sería lo mismo si ustedes fueran del mundo, pues el mundo ama lo que es suyo. Pero ustedes no son del mundo, sino que yo los elegí de en medio del mundo, y por eso el mundo los odia”(Jn 15, 18-19) Y durante el juicio infame, al responder nuestro Salvador a Pilato le dijo: “Mi realeza no procede de este mundo. Si fuera rey como los de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reinado no es de acá.” Pilato le preguntó:”Entonces, ¿tú eres rey?” Jesús respondió: Tú lo has dicho; yo soy Rey. Yo doy testimonio de la verdad, y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la verdad escucha mi voz.” (Jn 18, 36-38).
Debemos por tanto sentirnos orgullosos de pertenecer a ese Reino, aún cuando por serlo pudiéramos a la vez ser objeto de odio y cuando eso suceda, debemos mantenernos firmes en nuestras posiciones como ha sido el ejemplo de tantos mártires de nuestra religión que prefirieron la muerte antes que renegar de su fe católica.
Tenemos el testimonio de Cristo que es la verdad, hemos escuchado su voz y estamos del lado de la verdad, El nos ha elegido de en medio del mundo y por tanto ya no podemos pensar en amar las cosas de este mundo sino las cosas del Cielo, en imitarle a El, en seguirle, en cumplir sus mandamientos, especialmente amándonos los unos a los otros como El nos ha amado. Proclamemos con orgullo: ¡Viva Cristo Rey!, ¡Gloria a Dios, alabado sea el Señor!.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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