Ya comienzan a verse en los aparadores de las tiendas los primeros artículos navideños del presente año y la radio nos deja escuchar melodías que nos recuerdan estas dulces fechas. La alegría y la paz que trae la Navidad no se limita exclusivamente a la Noche Buena sino que se extiende y se presiente, es la paz de Dios que se llega hasta los hombres para darles su consuelo.
Esa paz viene de Belén, el sitio escogido por Dios para el nacimiento de su hijo Jesús, un lugar muy pobre, una ciudad muy pequeña de quien nadie pensaba que pudiera salir algo bueno, pero así son las cosas del Padre, siempre se va a lo más humilde a lo más sencillo, para enseñarnos, como decía María Esperanza, que “La Humildad es el puente de cristal que nos conduce al Cielo”.
Esa paz viene de Belén, el sitio escogido por Dios para el nacimiento de su hijo Jesús, un lugar muy pobre, una ciudad muy pequeña de quien nadie pensaba que pudiera salir algo bueno, pero así son las cosas del Padre, siempre se va a lo más humilde a lo más sencillo, para enseñarnos, como decía María Esperanza, que “La Humildad es el puente de cristal que nos conduce al Cielo”.
Vamos pues también nosotros a Belén, iniciemos hoy nuestro camino y meditemos sobre lo que vamos a encontrar allí, hagamos como los Reyes Magos, vamos a guiarnos por la estrella, una estrella nueva que ha aparecido en el firmamento y que nos alumbra el camino hacia Belén.
¿Qué vamos a encontrar allá? Un aguinaldo muy popular dice: “Vamos pastorcitos, vamos a Belén, a ver a María y al Niño también”. Comportémonos humildemente, como aquellos pastorcitos que fueron informados por el Angel del Señor, que no hicieron preguntas, solo emprendieron su camino con sus ovejitas y fueron a conocer a aquel niño que acababa de nacer.
En efecto, como hemos dicho en otras oportunidades, a Dios podemos llegar a conocerlo por nuestra fe, no por nuestra razón, si vamos a Belén es porque tenemos fe en que aquel niño que vamos a ver es el Hijo de Dios, que no puede existir mayor dulzura que en su sonrisa, que no puede haber mayor paz que en aquel pesebre junto a la Virgen María, a San José y al coro de los ángeles cantando sus villancicos, dando Gloria a Dios y Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
“Que se alegren el desierto y la tierra seca, que con flores se alegre la pradera. Que se llene de flores como junquillos, que salte y cante de contenta, pues le han regalado el esplendor del Líbano y el brillo del Carmelo y del Sarón. Ellos a su vez verán el esplendor de Yavé, todo el brillo de nuestro Dios”. (Is. 35, 1-2).
Vamos a pues a Belén, iniciemos el camino, preparémonos para ese encuentro con la paz personificada en la Sagrada Familia de Nazaret para que ella nos cuide y nos proteja por siempre.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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