martes, 7 de octubre de 2008

IX-097 ¡Que solos se quedan!...


“¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!”, la frase es del insigne poeta español Gustavo Adolfo Bécquer en su poema “Cerraron sus ojos”, en el que nos narra su triste meditación ante la muerte de una pobre niña y el proceso siguiente de su velatorio y entierro, para quedar luego en lo que él llama “su último asilo, oscuro y estrecho”, en donde queda sola, casi a la intemperie, día y noche, sujeto a los cambios en las estaciones y a la lluvia y al viento, para caer al final en las preguntas que se hace: “¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es vil materia, podredumbre y cieno?

En nuestra vida moderna, actualmente, se ha perdido aún más la consideración y el respeto por los difuntos, ya los velorios constituyen reuniones sociales en los que las amistades se reúnen para hablar y conversar sobre diversos temas, para tomar café o chocolate, mientras que el finado permanece solo como un objeto más en medio de la sala.

Para nosotros los católicos no debería ser así y debemos preocuparnos por revertir esta situación, ya que sabemos las respuestas claras a esa preguntas que se hacía el poeta español, estamos concientes de que el alma se separa del cuerpo y que vuela al cielo, mientras que es solo el cuerpo, la materia, lo que vuelve al polvo, y que en ese ascenso del alma nosotros podemos ayudar con nuestras oraciones y nuestras plegarias, con el rezo del rosario por ejemplo o con la celebración del santo sacrificio de la Misa y posteriormente con el novenario.

Pero nuestra responsabilidad comienza mucho antes, desde la etapa de la enfermedad, cuando todavía es tiempo de purificar aquella alma y obtener el perdón de sus pecados, por eso no debemos dudar en llamar un sacerdote a un enfermo, aunque no esté moribundo, para que se confiese y comulgue, para que reciba los santos oleos que muchas veces hacen que Dios le conceda una prórroga de vida y le permita concluir su misión en la tierra. Somos nosotros los que tenemos que hacer estas cosas, puesto que el enfermo está impedido y no puede hacerlo por si mismo, y seguramente Jesús nos pedirá cuenta de ello cuando nos toque el turno.

Tomemos la iniciativa, no dejemos solos a los enfermos ni a los muertos, ellos necesitan de nuestra ayuda, somos católicos y estas son obras de misericordia que debemos cumplir por amor a Dios y al prójimo.

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.


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