Es difícil encontrar situaciones para comparar la alegría de un padre al encontrarse con su hijo después de una ausencia prolongada, quizás la única que se me viene a la mente es la del momento en que ese hijo nació, porque en realidad es como si hubiera vuelto a nacer, son pocos los mimos y los cariños que puedan dársele, sin importar nada de lo que hubiera podido pasar anteriormente, sin tomar en cuenta si ese hijo hizo bien o hizo mal durante su vida pasada, la alegría es incuestionable.
Por eso es tan comprensible la parábola de Jesús sobre el Hijo Pródigo, aquel hijo que le pidió a su padre la parte de la herencia que le correspondía y se marchó a tierras lejanas donde despilfarró toda esa fortuna llevando una vida desordenada. Para su mayor desgracia, en aquella región ocurrió una escasez que lo hizo pasar mucha necesidad, apenas si consiguió un trabajo de alimentar cerdos en una cochinera, y se decía a si mismo que los asalariados de su padre vivían mucho mejor que él. Sin embargo, este hombre se sobrepuso al infortunio y poniendo toda su voluntad se decidió regresar a casa para decirle a su padre "Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus asalariados." (Lc 15, 18-19). Y se puso en camino de regreso.
La Alegría del Padre fue inmensa al ver regresar a su hijo, se le colgó al cuello y lo besó, mandó que lo vistieran con las mejores ropas y ordenó preparar una gran fiesta para celebrar el acontecimiento, porque aquel hijo al que creía muerto había resucitado.
Lo que Jesús nos quiere decir con esta parábola es que igual sucede cuando pecamos, creemos disfrutar de libertad, pero en realidad nos separamos de nuestro padre, Dios, nos alejamos de El, caemos en esa muerte espiritual que tiene incluso peores consecuencias que la muerte del cuerpo ya que nos niega la posibilidad de entrar al Reino de los Cielos que es la casa del Padre, es nuestra propia ruina.
Pero que si reflexionamos y ponemos toda nuestra voluntad podemos regresar, por medio del sacramento de la Confesión, Dios es nuestro Padre y nos va a recibir con los brazos abiertos y habrá fiesta en el Cielo por nuestro regreso.
Cuando pecamos lo hacemos contra Dios, contra su verdad y su santidad, estamos rompiendo esa relación divina con nuestro Creador, pero El es todo amor y nos conoce y nos comprende, por eso espera nuestro arrepentimiento, nuestra vuelta al hogar, nuestro nuevo nacimiento a la gracia.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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