lunes, 19 de julio de 2010

XI-066 He aquí al Hombre.


HE AQUÍ AL HOMBRE.

Cuando leemos el evangelio encontramos que al referirse a si mismo, Jesús se llama “El Hijo del Hombre”. ¿Cuál es el significado de esta expresión? ¿Quién es el Hijo del Hombre? ¿Por qué?.

Jesucristo era verdadero Dios y verdadero hombre nos dice el Catecismo, porque Dios cuando quiso enviar a su Hijo a la tierra para revelarnos la verdad, hizo que naciera de las entrañas purísimas de la Santísima Virgen María por obra del Espíritu Santo.

Por tanto Jesús es Dios, pues es la segunda persona de la Santísima Trinidad, pero también es hombre pues es nacido de una mujer, no se pueden separar estas dos verdades.

Nos dice San Juan que durante la pasión de Jesús, Pilato después de mandarlo a azotar lo presenta ante el pueblo judío y dice “Ecce Homo” que significa “He aquí al hombre”( Jn 19, 5 ), como queriendo significar con ello que ya no tenían los judíos nada que temer a aquel que se había presentado ante ellos pretendiendo ser rey o pretendiendo ser Hijo de Dios, como diciendo esto es lo que queda de él, un cuerpo desfigurado y humillado, ensangrentado e irreconocible, un guiñapo humano. Sin embargo, los judíos le responden con la misma consigna: “Crucifícale, crucifícale”.

Para quien se guía por las apariencias y por lo que le muestran los sentidos, aquella figura, en tan lamentable estado, que presentó Pilato ante el pueblo, no era más que un hombre, un hombre que habría pretendido ser algo más y no lo había logrado, pero al que se guía por los ojos de la fe y por su corazón, podía descubrir bajo aquella apariencia al mismo hombre que había hecho milagros por toda Judea, que había predicado la paz y la justicia, que quería que nos amaramos los unos a los otros como nos ama el Padre de los Cielos, al verdadero Hijo de Dios.

Ese hombre desfigurado y maltrecho que Pilato presentó a los judíos, ese Hijo de hombre, es el mismo Dios que se quiso revelar a todos los hombres como el Mesías prometido en las escrituras, un verdadero Rey, cuyo reino no será destruido jamás. Pero, lamentablemente, ni los judíos, ni el mundo de hoy, lo pueden reconocer, por eso no le quieren y piden su crucifixión.

Abramos nuestros ojos de la fe y nuestro corazón y reconozcamos a Jesús como nuestro Salvador y Nuestro Rey.

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.

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