lunes, 25 de octubre de 2010

XI-102 La Eternidad.


LA ETERNIDAD.

Ayer estaba leyendo la vida de San Antonio María Claret, por celebrarse su día en el calendario litúrgico, y narran sus biógrafos que una de las cosas que le ayudaron a tomar su decisión de dedicar su vida a las cosas de Dios, fue oír hablar de la Eternidad.

En efecto, hay muchos que no tienen claro el concepto de Eternidad, o nunca han oído hablar ni meditado sobre este concepto, simplemente les suena a algo que dura un buen rato, por ejemplo dicen: “ese discurso duró una eternidad”, por decir que fue muy extenso, o en otros casos se llega a pensar que lo único eterno que existe es Dios y entonces dicen: “Nada es eterno”.

Cuan equivocados están, la Eternidad es un tiempo que no tiene principio ni tiene fin, realmente Dios es eterno, nos lo enseña el Catecismo, porque no ha tenido principio ni tendrá fin, pero también nosotros todos somos eternos, aunque nuestros cuerpos no lo sean, nuestros espíritus que son la esencia de nuestro ser son eternos, ya que nosotros estábamos en la mente de Dios antes de crear nuestros cuerpos y viviremos para siempre, porque la vida que Dios nos ha dado con su soplo divino no se extingue, perdura para siempre. Quizás esta última frase es la que mejor explica el concepto de eternidad: “para siempre, para siempre”.

Jesús nos dice: “Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aún con persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna.” (Mc 10, 29-31)
De acuerdo con estas palabras es que los santos se hacen la pregunta siguiente en cada una sus decisiones: “¿De qué me sirve esto para la eternidad?” Porque teniendo claro el concepto de eternidad podemos entender que la vida en esta tierra es apenas una minúscula parte de ese tiempo que no tiene fin, pero que tiene una importancia fundamental para la vida eterna porque de lo que hagamos en esta vida dependerá para nosotros que tengamos una eterna felicidad o un eterno castigo.

Vivamos la vida con alegría, aceptando los bienes que Dios nos ha dado para vivirla, pero manteniéndolos en su justo lugar no en nuestro corazón, éste debe ser únicamente para Dios nuestro Padre, fomentando la dulce esperanza que El nos ha dado de poder alabarle y glorificarle algún día, junto a sus ángeles y sus santos, en el Reino de los Cielos por toda la eternidad, para siempre.

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.

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