viernes, 2 de marzo de 2012

XIII-019 Nunca duerme tu guardián


NUNCA DUERME TU GUARDIÁN.


Continuando con la narración que iniciamos ayer, acerca de los últimos años de la Virgen María durante su vida terrenal, vamos a referirnos hoy al viaje que realizó de Efeso a Jerusalén, en compañía del Apóstol San Juan y atendiendo al llamado que le hiciera San Pedro.

Después de despedirse de la congregación de religiosas que había formado, la Santísima Madre de Nuestro Señor se embarcó para Jerusalén con la compañía de mil ángeles que el Señor designó para su custodia. Sin embargo, el viaje no habría de ser nada placentero ya que las fuerzas del mal


vieron en él una oportunidad para acabar con la vida de la Virgen y desde el mismo día en que se embarcaron desataron una tormenta tan fuerte como jamás se había visto en esos mares, vientos huracanados y altísimas olas atentaban contra la estabilidad del barco, teniendo en algunos momentos los ángeles que sostener en el aire el navío para que no se hundiera en medio de aquel fragor.


Al barco llegaban las voces de los demonios diciéndole a la tripulación que abandonasen el barco que ya estaba a punto de hundirse y que buscaran refugio en otros barcos que llevaban la misma ruta, así lo hicieron muchos, teniendo los ángeles que encargarse de conducirlo en medio de aquella batalla.


Entretanto la Virgen mantenía su serenidad, orando por todos los marineros que deben enfrentar estas tribulaciones y observando aquella furia de las olas y los vientos meditó en lo que es la Justicia Divina y como puede desatarse en vista de los pecados de los mortales, por lo que oró por la conversión del mundo y por el crecimiento de la Iglesia de Cristo.


La batalla contra las fuerzas del mal parecía no tener fin por lo que San Juan preguntó a la Virgen: Señora mía ¿qué es esto? ¿Hemos de perecer aquí? Pedid a vuestro Hijo santísimo que nos mire con ojos de Padre y nos defienda en esta tribulación. La Virgen le respondió: No os turbéis, hijo mío, que es tiempo de pelear las guerras del Señor y vencer a sus enemigos con fortaleza y paciencia. Yo le pido que no perezca nadie de los que van con nosotros y “jamás lo rinde el sueño ni cabecea el guardián de Israel”(Sal 120, 4). Padezcamos nosotros por el que se puso en la cruz por la salud de todos.


A los catorce días de tormenta se dignó su Hijo visitarla en persona, apareciéndosele en el mar, y le dijo que estaba con ella en la tribulación, ella le pidió que calmara la tormenta como lo hizo aquella vez con los apóstoles en el Mar de Galilea, pero él prefirió darle poderes a ella para que hiciera lo necesario, así que ella ordenó a las fuerzas del mal que se alejaran y mandó al mar y los vientos que se aquietasen, obedeciéndole estos al punto para que volviera la serenidad a las aguas, con asombro de los navegantes que no conocieron la causa de tan repentino cambio, así pudieron llegar a puerto a los quince días de un viaje que normalmente duraba seis.


Seamos siempre prudentes y pacientes ante las adversidades de la vida, confiados en que Dios cuida de nosotros, él es ese guardián que nunca duerme, que nos preserva de todo mal, al salir y al regresar, para que no nos maltrate durante el día el sol ni la luna de noche.

Bibliografía: “Mística Ciudad de Dios, Vida de la Virgen María” María de Jesús de Agreda y Salmo 120.

Que tengas un feliz fin de semana, no olvides el rezo del rosario en familia y la asistencia a la misa del domingo, tampoco olvides que hoy es viernes de Cuaresma, día de abstinencia (no comer carne).

Que la paz de Cristo reine en tu corazón y la bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre ti y toda tu familia y permanezca siempre.

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