Tal como les ofrecí en la Meditación sobre Santa Brígida, estoy pasando al computador las famosas Quince Oraciones de Santa Brígida que son para rezarlas diariamente durante un año y también pueden usarse en sustitución de las Oraciones del Vía Crucis que se reza los viernes por la tarde para poder enviarlas a quienes las soliciten.
A medida que vamos leyendo cada una de las descripciones de la Pasión que a la Santa les fueron reveladas por Nuestro Señor, es consecuencia inevitable que una lágrima se asome a nuestros ojos. Cuanta maldad, cuanta tortura, cuanto ensañamiento contra aquel ser que había sido toda bondad, toda misericordia, todo compasión, contra aquella dulzura que había sido vida y virtud plena.
No son solamente los dolores físicos que ya de por si fueron increíblemente atroces, hasta el punto de que desde la cima de la cabeza hasta la planta de los pies no había ninguna parte de su cuerpo exenta de tormentos, sino también la tristeza y la angustia que le produjeron la traición de sus propios seguidores, la del pueblo escogido por Dios desde lo más antiguo, liberado y enaltecido a través de los siglos, todo eso le causaba una amargura tan grande en su alma que le hizo exclamar “Mi alma está triste hasta la muerte”.
Está también presente el dolor inmenso de su Santísima Madre que le acompañó durante todo aquel Calvario de dolor, con el corazón traspasado por una “Espada de Dolor” como lo predijera aquel hombre piadoso llamado Simeón, cuando el Niño Jesús fuera presentado en el Templo, treinta y tres años antes de la Pasión de Cristo.
En contraste con toda esta escena de dolor, de furor, de crueldad, están las palabras del Divino Salvador en medio de tantos sufrimientos, pidiendo perdón por todos aquellos que lo habían maltratado, insultado y clavado en aquel madero: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”(Lc 23, 34), perdonando los pecados de aquel ladrón arrepentido: “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”(Lc 24, 43), entregándonos a su Madre como Madre Nuestra “He ahí a tu Madre”( Jn 19, 27 ) y entregándose a si mismo al Padre en el último suspiro: “Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu” (Lc 24, 46).
Contemplar el sufrimiento de aquel que fue Espejo de la Verdad y Vínculo de la Caridad, durante su Pasión y Muerte nos hace ver la mezquindad de nuestros sentimientos al pretender que nuestros dolores y malestares fueran tan tremendos que no pudiéramos resistirlos, Jesucristo cayó tres veces durante su camino al Gólgota y tres veces se levantó y siguió adelante hasta concluir su misión y exclamar “Todo está consumado”(Jn 19, 30). Pidámosle al Señor que nos de la fortaleza para seguir adelante, para que nos conforte y nos socorra en nuestras angustias y necesidades y para que al final de nuestra vida podamos merecer su Paraíso y alabarlo para siempre en el Cielo.
Que la paz de Cristo reine en tu alma, te deseo un feliz fin de semana, recuerda el rezo del Rosario en familia y la Misa Dominical.
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