miércoles, 10 de abril de 2013

XIV-024 Hablemos de Jesús



HABLEMOS DE JESÚS.

         En nuestra meditación anterior, mientras hacíamos el repaso del Catecismo, dijimos que el hombre siempre se ha preguntado acerca de su origen y de su fin y mira con mucho interés todo aquello que pudiera ser una respuesta a estas preguntas e inquietudes. Creemos que el destino del hombre ya ha sido preestablecido y ansiamos saber su curso antes de que las cosas sucedan, por eso nos llaman tanto la atención aquellos que nos anuncian cosas por venir que en la mayoría de los casos resultan falsas, a estos que nos engañan los denominamos adivinadores o embaucadores. El único que tiene planes concretos para los hombres es Dios y cuando lo ha considerado conveniente nos lo ha dado a conocer por medio de seres escogidos a los que hemos denominado profetas.

            La lectura de la Historia Sagrada nos muestra la vida de muchos profetas unos con mayor importancia que otros, valoración que hacemos  en base a la relación que pudieran tener con nuestra vida actual y con cada quien en particular, pero no fue así en el pasado, cuando la importancia de los profetas estaba dada por la relación que habían tenido con Dios, de allí que Moisés hubiese sido considerado como el mayor de todos, porque fue el único que tuvo la oportunidad de hablar directamente y de ver a Dios, aunque no viera su cara en aquel episodio de la zarza ardiente.

            Jesús es considerado por muchos como un gran profeta, entre ellos los Judíos y los Musulmanes lo creen así y lo respetan como tal, aunque no le dan el tratamiento que nosotros los católicos le damos y que le consideramos como la segunda persona de la Santísima Trinidad, es decir como Dios. Cuando se estudia a Jesús observamos sin embargo que hay dos dimensiones muy evidentes, la histórica y la espiritual, ambas dimensiones han sido tratadas por separado por muchos de los autores que han escrito sobre Jesús, lo que ha dado lugar incluso a la aparición de herejías que han tenido legiones de seguidores partidarios de una u otra causa. Sin embargo, la verdad es que Jesús es al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre, ambas dimensiones se unen estrechamente en él y así lo podemos comprobar con múltiples ejemplos: Jesús nació de una mujer, como nacen todos los niños, tierno y frágil, y fue creciendo y desarrollándose como todos los hombres, se llamaba a si mismo “El Hijo del Hombre”, se alegraba, sufría, lloró al pensar en el futuro de Jerusalén y lloró al conocer la muerte de su amigo Lázaro y ante la inminencia de su propia muerte, no cabe duda que era un verdadero hombre. Pero al mismo tiempo fue capaz de curar a los enfermos, de hacer ver a los ciegos de nacimiento, de expulsar a los demonios, de perdonar los pecados, de ofrecer la vida eterna, de resucitar a los muertos, de revelarse en toda su gloria durante la Transfiguración en el Monte Tabor y de vencer él mismo a la muerte con su Resurrección, es decir era un Dios incuestionablemente.

            Como hombre le inquietaba lo que la gente pensara de él, por eso una vez preguntó a los apóstoles ¿Quién dice la gente que soy yo? Y ellos le respondieron “Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros que eres Elías o Jeremías, o alguno de los profetas” (Mt 16, 13) Esto nos dice claramente que Jesús actuaba con el comportamiento de un profeta, como un hombre que tiene un mensaje de Dios para transmitirlo a los demás hombres, pero no cabía en las mentes de aquellos contemporáneos de Jesús que pudiera ser el mismo Dios que había bajado a la tierra, por su inmensa misericordia con la humanidad. Y lo vemos claramente en el párrafo siguiente de esta conversación con los apóstoles: “Jesús les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro contestó: “Tu eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” Jesús le replicó: “Feliz eres, Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos.” (Mt 16, 14-17) Es decir que su condición de Dios que había bajado a la tierra desnudo de gloria y convertido en hombre, era algo que no podía caber en la mente de un ser humano, solo alguien podría llegar a saberlo si el mismo Dios se lo revelaba como sucedió en el caso de Pedro.

            Por amor a Jesús seguiremos hablando de él y seguiremos estudiándolo, pues mientras más sepamos de él más lo amaremos.

Glorifiquen a Dios con sus vidas.

Que la paz de Cristo se anide en tu corazón y la bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre ti y toda tu familia y te acompañe siempre.

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