Vivimos en este mundo y nos preocupa todo lo que en él sucede a diario, vemos como la paz del mundo está cada vez más amenazada, con diferentes conflictos que conducen a la muerte y a la destrucción de pueblos y de hermanos. Todo producto del odio y la enemistad entre los hombres, la falta de amor, el deseo de venganza, actitudes todas condenadas por Dios: “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 22).
Cuando se odia, cuando se desea mal al prójimo se atenta contra la caridad, aún cuando sean nuestros enemigos, nuestros adversarios en modo de pensar, aún cuando no profesen nuestra misma religión, debemos amarlos y rogar por ellos, recordemos las palabras de Jesús: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre Celestial” (Mt 5, 44-45)
Para que la obra de Dios pueda ser engrandecida, para que los pueblos se desarrollen y las gentes puedan vivir mejor, se hace necesaria la paz entre los hermanos, esa paz que es reflejo de la paz de Cristo que se sacrificó por nosotros para reconciliarnos con Dios y darnos la paz.
Una de las bienaventuranzas de Jesús ofrece el reconocimiento como hijos de Dios a todos los que trabajen por la paz, vamos pues nosotros, desde nuestra modesta posición a poner nuestro granito de arena.¿Y qué podemos hacer, si no somos de los que tomamos decisiones en esos conflictos? Es fundamental la oración, poner toda nuestra fe en Dios, pedir la paz, rogar a Dios porque se solucionen las diferencias y los conflictos, para que se calmen los odios y la violencia, para que Dios ponga un corazón de carne en aquellos gobernantes que lo tienen endurecido por la sed de poder y de venganza, para que haya justicia en el mundo y no se atente contra la vida de inocentes.
El Papa Benedicto XVI ha condenado los recientes conflictos y nos ha pedido oración por la paz, vamos hoy a meditar sobre esto que aunque individualmente parezca poco, si todos nos unimos esa oración llegará al Cielo y será escuchada.
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