viernes, 30 de enero de 2009

X-012 La Santísima Trinidad.


En meditaciones anteriores hablábamos de los misterios que encierra la vida de Cristo y por ende nuestra religión que es la religión que nos enseñara Cristo, Nuestro Señor, quien vino a la tierra a hacernos revelaciones hermosísimas, en las cuales debemos creer por fe, como niños que creen en las verdades que enseñan sus padres, porque él no vino al mundo para condenarnos ni para hacernos mal, por el contrario él vino para que el mundo se salvara, para enseñarnos verdades que habían estado ocultas por siglos a la humanidad y que dicha es saber que Dios se ha dignado enseñarnos todo eso, para nuestro bien, para nuestra salvación.

Uno de esos misterios es el de la Santísima Trinidad, existe un solo Dios, único y verdadero, pero en él hay tres personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Padre a quien ya el hombre conocía desde la antigüedad, por boca de los profetas que habían sido los portadores de sus mensajes a los hombres, el Hijo que es Jesucristo que viene al mundo en la plenitud de los tiempos y nos dice que él es uno con su Padre, que quien lo ve a él ve al Padre y que él hace solo la voluntad del Padre y más adelante nos habla del Espíritu Santo que es la tercera persona de la Santísima Trinidad, quien procede de ese amor entrañable entre el Padre y el Hijo y que ya existía desde el principio junto a él y junto al Padre y que es la fuerza que inspira, que empuja y que ilumina no solo a los apóstoles sino a todos los hombres por el camino del bien, de la paz y la justicia.

Jesús ordena a los apóstoles que vayan por el mundo y bauticen todos los pueblos “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19) y que los enseñen a cumplir todo lo que él les había encomendado.

Es un gran misterio que no podemos analizar con nuestra mente de capacidad e inteligencia limitada, lo que podemos hacer es aceptarlo, con fe, con esperanza puesta en ese Dios único y en esas tres divinas personas que lo integran y con caridad, con amor, como todas las cosas que provienen de Dios.

Vamos a rezar siempre, especialmente al salir de casa, esta breve oración a la Santísima Trinidad que tiene aprobación eclesiástica: “Con el velo de la Santísima Trinidad que sea yo envuelto, que ni herido, ni preso, ni cautivo, ni de mis enemigos vencido. El Gran Poder de Dios me ha enseñado a creer que la Santísima Trinidad me ha de favorecer. Dios conmigo y yo con El, El delante y yo tras de El. Amén.”

Que la paz y la bendición de Dios lleguen a todos sus hogares, feliz fin de semana y no olviden la misa dominical y el rezo del Rosario en familia.

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