lunes, 12 de enero de 2009

X-004 Nuestro Crecimiento Espiritual.


Si supieras cuán importante es nuestro crecimiento espiritual. Ya sabes que somos carne y espíritu, cuando nacemos venimos de la carne, por lo tanto somos carne, cuando nos bautizamos nacemos a la vida espiritual. Le dice Jesús a Nicodemo: “Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del espíritu es espíritu”. (Jn 3, 6).

Es nuestra responsabilidad cuidar de ese espíritu, es como si fuese un recién nacido que está a nuestro cuidado. Probablemente cuando somos también nosotros niños, nuestros padres nos ayuden a hacerlo crecer, así como nos ayudan en todo lo demás, nos ayudan a vivir. Ellos nos enseñan nuestras primeras oraciones, nos preparan para la confirmación y luego para la Primera Comunión con la ayuda de los Catequistas, nos llevan a conocer a Jesús y lo recibimos por la primera vez, que belleza es ese encuentro con Dios, que momento tan inolvidable, “el que formó los cielos, el que hizo tierra y mar, envuelto en blancos velos, nos espera en el altar”, es como si nos dieran a probar el Cielo, aquí en la tierra.

Luego, con el tiempo, comenzamos poco a poco a depender de nosotros mismos, a cuidar de nuestro cuerpo y a descuidar nuestro espíritu. Nuestro cuerpo sigue creciendo, experimenta cambios físicos y fisiológicos, se mezcla con el mundo, con las cosas agradables y desagradables, con los peligros y con las cosas bellas de la creación. ¿Y nuestro Espíritu? ¿Acaso nos hemos acordado de él? ¿Qué pasó de aquel encuentro con Jesús? ¿No nos agradó la experiencia?

Crecer espiritualmente significa buscar a Jesús, conocerle y amarle. Tener una conciencia exacta de nuestros deberes. Que triste es pensar que habiendo avanzado tanto en nuestra niñez, cuando llegamos incluso a tener a Jesús tan cerca de nuestro corazón, nos hemos alejado de él. ¿Qué pasó? ¿Por qué tomamos el camino en dirección opuesta? Si esa no era nuestra intención.

Es que no nos dimos cuenta que hay alguien interesado en que sea así, alguien que se disfraza muy hábilmente y nos engaña para alejarnos, para perdernos. Abre los ojos, despierta, no lo permitas.

Contamos con una ayuda maravillosa, la Santísima Virgen María, ella sí de verdad quiere que crezcamos espiritualmente, ella quiere llevarnos hasta su Hijo de nuevo, ella conoce el camino y es nuestro modelo a seguir. Todos los días al levantarnos recemos el Angelus, una invocación a la Virgen María, un reconocimiento a la Anunciación, a su respuesta y a su realización como Hija de Dios Padre y como Madre de Dios Hijo, démosle gracias por su “Si” a Dios y pidámosle “Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo”.

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