Vamos a meditar hoy sobre la forma y manera en que debemos amar a Dios y cómo lograrlo. ¿Amas a Dios? ¿Cómo lo amas? ¿Lo amas acaso como El quiere que le amen? Recordemos que el primero y más importante de los mandamientos de la Ley de Dios dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas.” (Mc 12, 30).
Si analizamos esa breve pero contundente frase nos daremos cuenta que el amor de Dios debe ser en nosotros algo que esté por encima de todas las cosas, por encima de todos los otros amores y sentimientos que podamos considerar en nuestra vida. Amamos desde pequeños a nuestros padres, son nuestros grandes amores, luego en la adolescencia amamos a nuestros amigos, nos enamoramos de alguna persona, la amamos y formamos con ella una familia de la que nacen hijos e hijas que pasan a ser nuestros grandes amores, todos esos amores y muchos otros sentimientos que no son tan puros van llenando nuestro corazón y nuestra vida. Con todos estos amores aprendemos a amar, ¿y nuestro amor por Dios? ¿Cómo se comparan estos amores con el amor a Dios? ¿Qué lugar ocupa en nuestro corazón el amor a Dios?.
Jesús es también muy claro en este sentido cuando nos dice: “El que ama a su padre o a su madre más que a mi, no es digno de mi; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mi, no es digno de mi.” (Mc 10, 37) Dios es pues exigente en cuanto al amor que espera de nosotros y tiene además porque serlo, El nos ha creado, nos ha mimado, nos ha consentido dándonos un mundo lleno de bellezas, de bondades, nos ha dado a nuestros padres a nuestros hijos a nuestras familias, ha perdonado nuestras infidelidades, nos ha dado a su Hijo para que con su sangre borrara nuestros pecados, nos ha amado como nunca nadie ha amado a nadie, ¿No está acaso en su derecho de exigir una respuesta que se corresponda con ese amor tan grande?.
San Juan de la Cruz decía que el hombre nace con una capacidad de amar que es el alma o el espíritu y en el centro de ella está Dios llamándonos, pero el hombre va llenando esa capacidad con otros amores y va dejando muy poco espacio para Dios, esta situación le quita la paz y la felicidad verdadera. Para poder amar a Dios el hombre tiene que interiorizarse y vaciar su alma, ordenando sus sentimientos de tal manera que todos estén enderezados hacia Dios. Para poder llenarse de Dios no puede haber en nuestros corazones elementos contrarios, no puede haber egoísmo, suciedad, desorden, impurezas, tenemos que dejar nuestro interior completamente limpio para que el amor de Dios pueda invadirlo y brindarnos la paz y la felicidad que El desea para todos nosotros.
Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.
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