jueves, 12 de mayo de 2011

XII-039: A los corazones endurecidos.


A LOS CORAZONES ENDURECIDOS.

Te has preguntado alguna vez ¿Para qué vino Jesús al mundo? ¿Por qué Dios decidió enviar a su Hijo amadísimo a la tierra? Todo un Dios que viene al mundo en un cuerpecito de niño, igual a todos nosotros, menos en el pecado.

Recordemos que en el pasado, anterior a la venida de Jesús, Dios se había comunicado con el hombre por medio de sus profetas, hombres escogidos por El para hacerles revelaciones y advertencias que debían a su vez comunicar a los demás, acerca de cómo deseaba Dios que el hombre se comportara para poder vivir en paz y felicidad.

Sin embargo, los profetas fueron siempre maltratados y hasta muertos por aquellos a quienes sus palabras ponían en entredicho ante la sociedad en la que vivían. Las sociedades humanas fueron creciendo y Dios vio que el mundo seguía por mal camino, por caminos de perdición y quiso entonces escoger a un mayor número de personas para que escucharan su palabra a través de su Hijo Jesucristo, de manera que la venida de Jesús fue con el propósito de salvar al hombre, lo dice él mismo: “El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 10)

La palabra de Dios llega a las personas escogidas por El para que la escuchen, hoy en día esto se realiza por medio de los sucesores de Cristo, es decir que si la palabra llega hasta ti, por cualquier medio, es porque tú eres una de las personas escogidas. Que privilegio tan grande, el mismo privilegio que tuvieron los profetas, ¿te imaginas? ¿no es maravilloso?. Sin embargo, hay algunos que la oyen y la aceptan y otros que la oyen y no la aceptan. Se podría comparar la palabra con las semillas que el sembrador esparce en el campo, algunas caen en tierra buena y germinan y dan fruto, otras caen en terreno pedregoso y se pierden. Ese terreno pedregoso son los corazones endurecidos.

Medita hoy sobre tu caso en particular, ¿cómo está tu corazón? ¿Estás dispuesto a escuchar la palabra de Dios y aceptarla? Jesús dice: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos” (Mt 13, 10-17). En ese “ustedes” estás tú incluido, eres uno de los beneficiados por la misericordia de Dios, pues debes reconocer que no has hecho nada para merecer esta escogencia, no ha sido por tus méritos, sintámonos agradecidos a la bondad del Señor y dispongámonos a ahondar más en lo que Dios nos está revelando, seamos tierra buena para que esa semilla germine en nosotros y de frutos, frutos de vida eterna.

Que la paz y la bendición de Dios llegue a todos sus hogares.

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